Escuela 0-3. Los hilos invisibles de la escuela. El buen trato y el compromiso social

Me gustaría empezar este texto reflexionando sobre dos funciones de la escuela que, aunque conocidas y sabidas por todas y todos, muchas veces olvidamos y relegamos en nuestra práctica educativa diaria: ser agente protector de la infancia y el compromiso social.


–Lo esencial es invisible para los ojos –repitió
el principito para acordarse.

Antoine de Saint-Exupéry, El principito.

La primera de estas funciones, de la que más orgullosos nos debemos sentir los educadores, es ser reconocidos como agentes protectores de la infancia. Se nos reconoce este honor porque se nos cree capaces de poder dar la ayuda necesaria a una criatura y a su familia para salir de situaciones de desamparo y desprotección, situaciones que necesitan ser vistas para poder ser contadas y, de este modo, poner en marcha los mecanismos que, aunque escasos y a veces no del todo adecuados, pueden ser un salvavidas para que algunas niñas y algunos niños tenga la oportunidad de vivir y no solo de sobrevivir.

Dar voz, documentar y trasmitir la información a los organismos competentes en las situaciones de maltrato, es no solo importante, sino que para muchas criaturas es la única oportunidad para salir de situaciones muy duras. Pero ser agente protector significa mucho más, va más allá: nos hace responsables de ofrecer a la infancia y a sus familias espacios «bientratantes» y seguros donde se sientan respetados, aceptados y queridos, en los cuales las personas que conviven con ellos sean modelos de buen trato para los otros seres humanos, se respeten y salvaguarden las necesidades básicas (López Sánchez, 2008) y los derechos de la infancia.

La segunda función no es un honor concedido sino un deber asumido en el momento que alguno de nosotros decide que compartirá la difícil tarea de acompañar a otro en su aprendizaje. Como educadores tenemos un compromiso social que nos responsabiliza con la sociedad que forman los niños y niñas con los que convivimos y conviviremos. Este compromiso debe hacernos conscientes de la importancia de nuestra forma de tratar, estar y ver a los seres humanos. Porque no olvidemos que cómo nos comportamos e interaccionamos influye de forma determinante en los demás, no solo en la relación que establecemos con los otros sino en cómo estos se relacionan con otras personas.

Siendo conscientes de la responsabilidad que tenemos, no podemos sentirnos paralizados por ella, sino impulsados para que nuestra labor sea coherente con la sociedad en la que todos queremos vivir, una sociedad respetuosa, tolerante, inclusiva y solidaria.

No perder de vista estas dos funciones en la práctica educativa diaria no siempre es fácil, porque muchas veces son tapadas, escondidas, enterradas, silenciadas por el ruido ensordecedor de las «demandas escolares» –fiestas multitudinarias, evaluaciones que quedarían mejor definidas como «juzgaciones»…–. Pero es necesario usarlas de brújula y no dejar que se perviertan y perturben.

En el día a día del grupo, debemos tener presentes estas funciones y planificar siendo coherentes con ellas, si bien es cierto que vamos a necesitar un plus de consciencia para ser «coherentes entre lo que hacemos, sentimos y pensamos» (Trueba Marcano, 2016). Este esfuerzo valdrá la pena porque hará de nosotros personas y profesionales más críticos, comprometidos, conscientes y responsables.

De lo dicho hasta ahora podemos destacar dos aspectos importantes:

Un espacio bientratante es aquel que tiene en cuenta siempre las necesidades básicas de la infancia y sus derechos.

Si queremos una sociedad respetuosa, inclusiva, tolerante y solidaria debemos crear en la escuela un ambiente respetuoso, inclusivo, tolerante y solidario. Para ello, debemos establecer con los otros relaciones que se sustenten en la honestidad y el respeto mutuo.

¿Cómo crear estos espacios?
«Los espacios son tejidos de relaciones que unen a las personas a través de los hilos invisibles» (Torrens Olmedo, 2015), esos que no se ven, pero que dan forma a los vínculos que establecemos con otros, esos que cosen nuestras vivencias con los otros y les dan forma.

A veces, en clase, cuando estoy en silencio y en calma, veo cómo algunos hilos invisibles se mueven entre los niños y las niñas. El otro día tuve la suerte de ver uno, que destaco porque creo que es un ejemplo de buen trato y compromiso social.

Sergio es un niño a quien agobia la multitud y que huye de los tumultos. En muchas ocasiones elige jugar solo. Su juego es rico e imaginativo y le lleva a lugares increíbles. En ocasiones me sonríe, cuando sabe que lo observo mientras juega, y yo le devuelvo la sonrisa. Los dos sabemos que no jugamos solos.

El otro día, como tantos otros, Sergio jugaba. Bastante lejos de él, Amaya se escondía bajo unas sillas, triste por no poder convencer a otros compañeros que hicieran con ella un juego. Todos estaban afanosos en diversas tareas: algunos construían casas, otros saltaban, otros bailaban… Nadie se percató de Amaya, ¡o al menos eso pensaba yo!, hasta que vi a Sergio cruzar con decisión toda la sala, sus pasos eran firmes y su mirada la dirigía hacia el fondo. Llegó hasta la silla bajo la que estaba Amaya y se sentó en silencio junto a ella. Ambos intercambiaron algunas palabras y salieron de la mano para separarse minutos después e irse cada uno a su juego.

Para mí fue increíble poderlo ver y vivir. Nadie más tuvo la suerte de observarlo, pero allí, ante mis ojos, un ser humano fue en ayuda de otro que lo necesitaba. Nadie le había explicado qué necesitaba. Pero había sabido reconocer desde la distancia la tristeza del otro y la necesidad de compañía, y tendió una mano amiga que le facilitara la salida. Entre ellos había surgido un hilo invisible que no se podía ver, pero sí sentir: ese hilo forjado a través de los meses que llevaban conviviendo.

Cada día sigo esforzándome en clase por crear un ambiente bientratante donde las personas que convivimos nos sintamos queridas, respetadas y aceptadas, y nos comprometamos por una sociedad en la cual nos conmueva la tristeza de los demás y, como Sergio, seamos capaces de acercarnos a otro con cuidado, respeto y honestidad, tendiendo una mano que lo ayude a salir de su problema, dificultad o miedo.


Bárbara Monar del Castillo
, maestra de Educación Infantil del grupo
de 2 años de Pontejos, ceip Marina de Cudeyo, Rubayo, Cantabria.

 

Bibliografía
López Sánchez, F. (2008). Necesidades en la infancia y en la adolescencia: respuesta familiar, escolar y social. Madrid: Pirámide.
Saint-Exupéry, A. de (2003). El principito. Bar­ce­lona: Salamandra.
Torrens Olmedo, M. (2015). Los hilos invisibles. Girona: Tramuntana.
Trueba Marcano, B. (2016). Espacios en armonía. Barcelona: Octaedro.

 

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