Editorial. Participación

La relación familia-educación se concreta a menudo en el término participación. Sin embargo, este es un concepto aún confuso. Observamos diferentes formas de comprenderla, y ello dificulta el diálogo y el entendimiento, haciendo surgir en ocasiones prejuicios y recelos.

Desde un enfoque integral de la educación infantil, la familia y la escuela se conciben como cooperantes en un contexto cargado de experiencias socioculturales, una relación dinámica y continua que dota de significado a una escuela que actualmente vive una importante crisis de identidad. La escuela y la participación deben replantearse propósitos y funciones. Se requiere un clima de confianza mutua, de respeto a la diversidad, de acogida y de escucha activa.

Así como no se puede hablar de una niñez en términos absolutos, las familias son también diversas, y sus propios estilos educativos configuran el ambiente familiar en el que cada criatura se desarrolla. Su acogida y su lugar en las escuelas es una parte crucial de esa atención a la diversidad.

Por lo tanto, participar en clase como familia es la vía natural para que las criaturas enlacen dos mundos que conviven y que requieren de lazos de confianza y apoyo mutuo. También para las familias, ya que, además de conectar las realidades de sus hijos e hijas, les permite comprender el valor de nuestra tarea. Al presenciar el mundo de la infancia en la escuela, se redefinen creencias, en un constante aprender por la vida y de la vida. Y se hacen propuestas a la escuela con intención constructiva.

Para que en un marco de confianza y serenidad se logre un intercambio de información y afectos que apuntale el bienestar de cada niño y niña, las familias tienen que sentir que no se pretende enseñarles a ser padres, sino acompañarnos mutuamente en el camino de percibir y sentir el valor de una infancia que intenta recuperar el bienestar robado por un mundo que los necesita para ser un poco mejor que hoy. Un proceso de convivencia que requiere de unas instituciones y una sociedad que considere a los profesionales de la educación con valor y prestigio, que los salvaguarde del cuestionamiento arbitrario de las tareas y decisiones que puedan generar polémicas ajenas al verdadero sentido de educar.

Una participación familiar en la escuela que ha de transformar la imagen de la familia como mera consumidora de servicios y receptora de información, y exceder las funciones de ayuda y colaboración para acercarse a estar en la escuela como actores dignos de dejar una huella en todos los niños y niñas, y en el suyo en particular.

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