Escuela 3-6. ¿Nos atreveremos a saltar?

Queremos educar en la libertad de acción, en la toma de decisiones, pero más allá de nuestras palabras. Un silencio, una mirada o un gesto pueden animarlos, espolearlos o pararlos en seco en sus descubrimientos más cotidianos y, a la vez, más atrevidos.

Lo miraron inmóviles, sus cuerpos quedaban reflejados en el agua marrón.

Se miraron, parecía que los estaba esperando.

Antes, sin decir palabra, sus miradas se enfocaron paralelamente hacia mí.

¿Me estaban pidiendo permiso?

Me mantuve en silencio, aunque me supuso un gran esfuerzo.

No quería ser un condicionante de sus actos.

Queremos educar en la libertad de acción, en la toma de decisiones, pero, aparte de nuestras palabras, un silencio, una mirada o un gesto pueden animarlas o detenerlas en sus descubrimientos más cotidianos y más osados a la vez.

Se hizo un silencio que intuyo que para ellas fue una aprobación.

O puede que no les hiciera falta.

Salir a pasear para disfrutar de la lluvia caída debe ser suficiente para poder tener la libertad de tocar el agua, notar la humedad y percibir las sensaciones con todos los sentidos.

Porque, si no, ¿qué sentido tendría tener las botas de agua en las escuelas?

Diría que no fueron más de cinco segundos cuando, ambas a la vez, cogieron empuje e hicieron lo que me pareció a mí el salto más grande del mundo.

Sus cuerpos buscaron la complicidad con el agua con todas sus fuerzas. Inmediatamente se miraron los pies, las botas, las piernas desnudas de finales de verano.

Notaba que me miraban de reojo.

Se echaron a reír. Con toda la belleza con la que los niños felices ríen.

Si de algo estoy convencida es de que aquella experiencia tan efímera quedará impregnada en su interior.

«Saltar al otro lado del muro siempre es una aventura donde niños y educadoras salimos a navegar entre las incertidumbres y las sorpresas […] estar dispuesta a sorprenderse no se puede confundir con la improvisación; requiere escucha, mirada, creatividad y una gran intencionalidad que permita disfrutar y aprender de la realidad más pura y los descubrimientos fortuitos que sorprenden. Así podremos educar en el imprevisible y en la belleza de lo efímero.»* (Sergio Díez, revista Infancia, n.º 173)

¿Seremos capaces de dejar huella de un hecho tan efímero, pues?

Explicar las sensaciones vividas no es tarea sencilla.

Hay que interpretar para poder documentar.

Hay que encontrar las palabras justas para no alejarse del hecho real, de la vivencia compartida.

Un espectador privilegiado que cuenta la historia a quien se le ha perdido.

¿La documentación sabrá dar suficiente valor a aquel hecho tan espontáneo?

¿Se percibirá la belleza de lo invisible?

Es responsabilidad de la maestra dar visibilidad a los hechos más efímeros que pasan en la escuela, para mostrarlos a los niños y niñas con toda su grandeza y que la familia pueda ser testigo de ellos y pueda percibir el significado de disfrutar de lo cotidiano.

Si realmente queremos que aquel hecho deje huella, tendremos que ir más allá de una bolsita con ropa mojada que llega a casa.

La huella deberá ser el rastro, la señal, una impresión profunda y duradera que ellas dos se llevarán en su interior.

¿Y nosotras, seremos capaces de saltar el muro para tirarnos al charco? ¿O nos quedaremos a observar el agua por el miedo de adentrarnos en las sensaciones que nos pueda despertar?

Eva Sargatal, maestra de educación
infantil y formadora de maestros

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