¿Que escuela queremos? El derecho a la educación en una escuela pública, laica y de calidad

Desde 1984 y hasta hoy, sea en Reggio Emilia o en Barcelona, mi historia profesional y personal se ha entrelazado muchas veces con la de Irene, una colega y una verdadera amiga con quien he compartido a menudo dudas y certezas, realidades y utopías, alegría y belleza, pero también desilusiones y disgustos. Hoy, pues, continuo un diálogo nunca interrumpido, a veces encendido y apasionado, pero siempre cómplice, franco y leal, en busca de un horizonte amplio dentro del cual pensar, imaginar y luchar por la escuela que queremos.

  • Una escuela pública y laica 
  • Formación y cooperación en el trabajo para una escuela de calidad
  • Una escuela de puertas abiertas para una educación democrática y participativa

Hoy, pues, continuo un diálogo nunca interrumpido, a veces encendido y apasionado, pero siempre cómplice, franco y leal, en busca de un horizonte amplio dentro del cual pensar, imaginar y luchar por la escuela que queremos.

Puesto que tenía que elegir, me he preguntado qué aspectos priorizar entre los muchos que aborda esta jornada. He optado por estos tres, porque los he debatido a menudo con Irene, pero también, y, sobre todo, porque pienso que el momento histórico, político y cultural actual exige que les prestemos una especial atención:

· Una escuela pública y laica
· Formación y cooperación en el trabajo para una escuela de calidad
· Una escuela de puertas abiertas para una educación democrática y participativa

Procedo esquemáticamente por puntos entrelazando mis reflexiones con las que Irene hizo en su intervención en el marco del encuentro “Educaciones e/è política” (“Educación y/es política”), celebrado en Reggio Emilia el 23 de febrero de 2014.

1. Una escuela pública y laica
¿Por qué una escuela pública y laica? Un tipo de escuela por la que Irene ha luchado enérgica y obstinadamente, tanto en el terreno pedagógico como en el social y político.

Las escuelas públicas en las que viven hoy los niños y jóvenes son cada vez más heterogéneas en su composición, y son a menudo los lugares privilegiados –a veces, por desgracia, los únicos–donde se encuentran, conviven, e incluso se confunden, distintas culturas e ideas educativas. Pero precisamente por esto la escuela pública, más que ninguna otra, tiene la responsabilidad y el deber de actuar como elemento de conexión, de escucha y de diálogo en el ámbito social, cultural y de valores. Precisamente como institución pública, la escuela tiene la labor, hoy más que nunca, de repensar y refundar organizaciones, prioridades, prácticas y estrategias educativas. Es un reto difícil y complejo que la escuela no puede alcanzar sola porque, como dice Irene: “Un compromiso de transformación potencial de la escuela no puede ser un hecho individual, sino que debe ser una apuesta colectiva (…) porque para hacer algo nuevo necesitamos coconstruir un debate nuevo y también una nueva acción (…)”.

Acciones concretas y cotidianas capaces de hacer que los niños perciban el sentido de sus posibilidades, y capaces de favorecer una idea de aprendizaje como un proceso que tiene lugar en un contexto educativo donde los niños son conscientes de lo que hacen, de cómo lo hace y de por qué lo hacen.

2. Formación y cooperación en el trabajo para una escuela de calidad
Formación cultural y profesional como derecho y deber de todos quienes contribuyen y participan en la educación de las jóvenes generaciones.

Formación y cooperación son dos elementos irrenunciables para construir una escuela de calidad, y son también dos de los aspectos sobre los que a menudo he compartido reflexiones con Irene, porque en todas partes hay maestros individuales comprometidos y preparados, pero esto no basta para determinar la calidad y la identidad de la escuela en su conjunto como institución educativa. Hace falta “un colectivo dispuesto a aprender tanto de lo que nace de los niños, como de lo que surge de los debates o las discusiones compartidas. Un equipo con capacidad de interrogarse y plantearse preguntas, un equipo heterogéneo, diverso y, por lo tanto, rico”. Y aquí reside quizás el sentido más profundo de una educación que evoluciona en la relación circular de la teoría que nutre la práctica y de la práctica que nutre la teoría.

La cooperación en el trabajo, el trabajo en equipo así entendido, es un intento y un objetivo a perseguir y a practicar de manera cotidiana, además de ser una estrategia eficaz para llevar a cabo la formación y la autoformación de los maestros.

Es un proceso lento y arduo, que requiere el empeño constante de todos y cada uno, pero es también la condición necesaria para dar visibilidad y valor a las diferencias presentes en el grupo y para contrarrestar el hastío, la homologación del pensamiento y de los comportamientos.

Es en la dimensión cooperativa, así entendida, donde se amplifican y se generan puntos de vista diversos, la multiplicación de ideas, y también el conflicto cognitivo, porque sin un diálogo sincero, abierto, libre, el dinamismo y la viveza del proceso educativo mueren.

Sin diálogo y verdadera confrontación solo queda conformismo e indiferencia, dos males que demasiado a menudo aquejan a la escuela en todos los órdenes y grados.
La escuela que queremos, pues, es una escuela capaz de derrocar lógicas y prejuicios de la vieja pedagogía, pero también la moda de la innovación por la innovación:

· porque fomenta el riesgo y da legitimidad al error;
· porque concede tiempo al pensamiento creativo;
· porque estimula y cultiva el pensamiento crítico;
· porque promueve la reflexión sobre la experiencia y sus procesos de pensamiento;
· porque es capaz de imaginar mundos posibles y de reexaminar las categorías de lo imposible.

Esta escuela piensa y organiza el espacio y el tiempo cotidiano de tal manera que los niños sean siempre protagonistas activos de su aprendizaje y no receptores pasivos de las enseñanzas impartidas por los adultos. Una calidad de tiempo cotidiano fluido y flexible, y capaz de ofrecer a los niños la posibilidad de interrogar al mundo con toda la potencialidad y los cien lenguajes de los que están dotados para saborear con alegría cada momento vivido en la escuela. Una escuela capaz de respetar los tiempos, la inteligencia, la potencialidad y la sensibilidad de cada niño y niña, porque cada uno tiene el derecho de ser visto, reconocido y apreciado en su unicidad.

Una escuela que construye puentes porque “se trata de tejer, de tejer un tapiz tan grande y vasto como seamos capaces. Un tapiz que será diverso, como diversas son las escuelas, y como diversa es la realidad educativa del mundo. Será diverso el espesor de la urdimbre, será diverso el color y será diverso el material, porque en la diversidad se halla su fuerza. Un tapiz que, sin embargo, comparte una trama: la de respetar a los niños, la de buscar lo mejor para acompañarlos en su proceso de emancipación y de descubrimiento del mundo”.

Un tapiz como lugar real e imaginario donde cultivar, obstinadamente, la utopía compartida de una nueva cultura educativa.

3. Una escuela con las puertas abiertas para una educación participativa y democrática capaz de crear sintonía entre escuela y contexto social, entre participación democrática y calidad educativa.

Una escuela con las puertas abiertas capaz de comunicar y hacer públicas sus prácticas educativas y la manera como se desarrollan.

Una escuela transparente, abierta a la confrontación de ideas a través de la documentación (otro tema muy querido por Irene) como estrategia para comunicar los significados de la intervención educativa, y como instrumento para dar visibilidad a una imagen de infancia diversa y respetuosa y, no menos importante, como elemento de democracia participativa.

En 2005 estuve presente en la declaración de la 40 Escuela de Verano de Rosa Sensat Por una nueva educación pública.

Una declaración, un documento público, que nos habla de la audacia necesaria, del empeño, de la esperanza y de la responsabilidad, dirigida a todos quienes contribuyen a transformar positivamente la realidad de la educación y de la escuela.

En esos diez puntos, aun releídos hoy, al cabo de diez años, encontramos la visión y la idea de una escuela que tiene el deseo, la voluntad y el coraje cultural de transgredir fronteras y límites rígidos.

Quiero terminar estas breves notas con las palabras que usó Irene para concluir su intervención en el encuentro “Educazione e/è politica”, porque me gusta pensar que son las mismas que diría ella hoy aquí y también porque pienso que es un aviso para que no nos conformemos con una escuela de la rutina, de la indiferencia, de consignas tan fáciles como vacías: “Amigas y amigos, creo que es el momento oportuno para actuar y sostener lo que hemos conquistado y obtenido. Debemos organizar la resistencia, porque sabemos que la historia de la humanidad no es lineal, sino que está hecha de avances y retrocesos. Y precisamente por esto necesitamos hoy plantearnos horizontes conceptuales y geográficos amplios, con la humildad y la certeza de saber que habrá algunos que nosotros no podremos alcanzar, pero con la esperanza
de que otros después de nosotros los alcanzarán.”

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