Yo digo no

Estos últimos días me están quitando las palabras de la boca. Quizás es que he tardado en ponerme a escribir porque el desconcierto o la tristeza me tienen atrapada.

¡Si me quitan las palabras significa que alguien más piensa como yo! Una amiga me llamaba el otro día y me decía: «¡Por fin empiezan a salir escritos que dicen lo mismo que pensamos!»

Este mismo texto que me ha llegado hoy de Ramón de España, «Un balcón no es un escenario», publicado en Metrópoli, me ha hecho reír y he encontrado en él pensamientos míos:

«[…] hay personas que están abusando de su derecho al balcón y que, encima, se buscan una excusa solidaria para darles la tabarra a sus vecinos […]. Me refiero a los que se ponen a cantar ópera en el balcón, a los que ejercen de DJ sin que nadie se lo haya pedido…»

Hay tantas cosas para pensar y escribir estos días: surgen analistas, charlatanes y visionarios por todos lados. Da un poco de miedo, también, notar que la democracia se tambalea en muchos sentidos.

Pero quería referirme sobre todo al mundo de la educación, que es el mío. Normalmente ya me da la sensación de que no encajo, pero ahora parece que todo el mundo se haya vuelto loco. Como reza la canción: «No sé si el mundo está al revés o soy yo que estoy cabeza abajo.»

No entiendo que, de golpe, en un país en el que la educación no se valoraba demasiado, sacábamos «malas notas» en los informes del mundo mundial, ahora de repente sea cuestión de vida o muerte que los niños y niñas no se pierdan ni un día de escuela.

Hablo sobre todo de la etapa de parvulario y de las noticias que recibo de varias escuelas y compañeras. Sé que hay gente que lo hace todo con la máxima buena fe y que no lo ven igual. También sé que hay muchos otros que estamos sufriendo y mucho.

Nuestra forma de entender la educación, la que ahora, por fin, venía avalada por las orientaciones de la Generalitat, la que nos obligaba a luchar porque no era entendida, aún está quedando más lejos. ¡Vamos para atrás!

¡Se escuchan unas barbaridades!

¡Poner «deberes» a los niños y niñas (de 0 a 6 años)!

Estos días alguna familia me dice: «Ahora se valorará más lo que hacéis», y yo les digo que no. No tiene nada que ver estar obligado a quedarse encerrado en casa con tus hijos y hacer de maestra.

Hacer de maestra es un trabajo precioso, que conlleva crear unos escenarios para que los niños y niñas actúen en ellos y a la vez convivir, escuchar e interpretar lo que hacen para ayudarlos a avanzar, acompañarlos en la descubierta del mundo y en la expresión a través de varios lenguajes.

Se está confundiendo nuestro trabajo. ¿Hacer de maestro es enviar recetas de cómo hacer pajaritos con con cajas de cartón, convertir un rollo de papel de váter en un gatito o proponer buscar redonditas por casa? Tal como decía María Acaso en la columna «Por favor, no hagan otro taller de conejos» en El País el 28 de marzo, «la educación artística no es ningún pasatiempo». Yo diría que la educación infantil tampoco.

Los maestros no somos ni pallasos ni psicólogos ni servimos para entretener. Actualmente internet está llena de posibilidades.

¡Se está planteando evaluar a niños y niñas sin que vengan a la escuela! ¡¡¡Se dice que si en el tercer trimestre no se pueden abrir las escuelas se les evaluará el conejito de cartón, el pajarito o el caracol de plastilina!!! Todos los lunes se mandarán los «deberes» y los viernes se recogerán.

No sé si se quieren evaluar los niños y niñas o las familias, porque no creo que ellos escaneen, fotografíen y adjunten en correos electrónicos para la maestra lo que van haciendo.

Se ha hablado mucho de las diferencias entre familias, que, evidentemente, deben tenerse en cuenta. No sé a quién oí decir una vez que si en P3 ya sabíamos qué niño tendría problemas para seguir toda la escolaridad y acertábamos eso significaba que la escuela servía para bien poco. A menudo lo pienso, ¡y creo que aún falta tanto para tener una buena educación para todo el mundo!

Durante estos días parece que esto también tenga que solucionarse de golpe: llamando a las familias que no tienen ordenador (pobres niños, ¡qué susto!), persiguiéndolos por Whatsappp… haciendo señales de humo… ¡Suerte que la maestra no puede ir a verlos a su casa para comprobar lo que hacen!

Se olvida que todas las familias tienen su vida y sus complicaciones, se olvida que las maestras también, se olvida el derecho a la intimidad y a la diferencia, se olvidan tantas cosas.

Yo no entiendo nada y, por suerte, hay más gente que tampoco.

¿Cómo podemos decir no? ¿No en mi nombre?

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