Página abierta. Respeto tu juego, te respeto a ti

Creo que todos los maestros tenemos interiorizado que una de las funciones primordiales en esta profesión es atender las necesidades de los niños y las niñas. Algunas de ellas las tenemos muy claras y solemos atenderlas con respeto: alimentación, descanso, higiene, socialización… Pero ¿qué ocurre cuando hablamos de la necesidad que tienen de jugar?

¿Realmente somos respetuosos a la hora de satisfacer la necesidad de jugar? Ante esta pregunta, muchas voces dirían que sí, que los maestros «dejamos todos los días en el horario un rato» para jugar, y que en todas las reuniones que mantenemos con las familias les explicamos la importancia que tiene el juego.

Pero, realmente, ¿qué circunstancias rodean el juego infantil en muchas ocasiones? ¿Qué papel tiene el niño en su propia actividad? ¿Y el adulto?… Son muchas preguntas que a menudo tienen, en muchas escuelas, una respuesta triste e injusta para la infancia.

Habitualmente los niños y las niñas juegan en «ratitos libres» tras haber realizado el trabajo individual o la ficha del día (en el mejor de los casos, solo hay una). Juegan en espacios estáticos, poco estimulantes, estancias grises que no conectan con la realidad. No juegan con quien eligen sino con compañeros lúdicos que ya han sido determinados a priori por un adulto. Manejan en su juego un mundo artificial, de plástico, sin texturas, temperaturas…, con colores y formas estridentes e irreconocibles.

Juegan siguiendo la batuta de un maestro que marca constantemente cómo, con qué y con quién se ha de jugar en cada momento…

Y yo me pregunto: ¿esto es juego?, ¿es lo que realmente necesita la infancia?, ¿vamos a seguir poniendo a disposición de niños y niñas un mundo lúdico restringido, que resta, de sus «100 lenguajes», 99 de ellos, tal y como señalaba Loris Malaguzzi?

¡Yo alzo la voz para decir que no!

Es hora de que los maestros cambiemos la mirada y dejemos las gafas evaluadoras para ser admiradores del juego infantil. Un juego que ha de nacer desde la libertad, desde la emoción, que ha de ser autodirigido por los niños.

Un juego que ha de vivirse en un tiempo suficiente, tanto como cada uno necesite. Que disponga de escenarios de calidad, acogedores y accesibles en los que los niños y las niñas tengan la posibilidad de actuar de forma autónoma, pudiendo modificarlos y enriquecerlos en función de su interés.

Un juego que hay que acompañar con materiales reales, de la vida cotidiana, que establezcan relaciones con su ámbito emocional, con propiedades físicas que despierten los sentidos y la creatividad…

Un juego en el que sentirse libres, sin condicionantes y juicios, en el que cada uno pueda sentirse tal y como es: un ser irrepetible.

Este tipo de juego no necesita de director, sino de un adulto que observe y acompañe cada proceso infantil con ternura, sin prisa, sintiendo que cada momento es especial y no ha de mejorarse con la intervención adulta.

Respetar la infancia es respetar sus necesidades atendiéndolas con calidad. Olvidar que el juego es una de las necesidades más importantes, a través de la cual niños y niñas aprenden a interpretar el mundo que los rodea, se relacionan, se conocen a sí mismos, superan retos… es desatender nuestra responsabilidad.

Por ello, llega el momento de elegir:

¿Qué tipo de maestro queremos ser? Yo, definitivamente, aquel que pueda mirar de frente a un niño y decirle, sin ningún tipo de duda: «respeto tu juego, te respeto a ti».

Vero Cólliga, maestra.

 

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