Editorial. Cuestión de prioridades

Comenzamos el 2021 con la esperanza y la certeza de que será un buen año, un año en el que, después de haber tocado fondo, de ver cómo se desestabilizaba nuestra estructura social en todos los sentidos, seremos capaces de subir, como muestra nuestra portada. Y justo hace pocas semanas se ha aprobado una nueva ley educativa que hace tambalearse nuestras creencias y convicciones. Es, pues, momento de pararse.

Es probable que todos nos detengamos a reflexionar sobre la trayectoria del sistema educativo en algún momento de nuestras vidas, sobre todo cuando se cierne sobre nosotros la sombra de una nueva ley que se presenta como salvadora y extraordinaria para la mejora de nuestra sociedad.

Desde 1970 se han aprobado ocho leyes educativas y ello nos lleva a plantearnos algunas preguntas, si no trascendentales, al menos generadoras de inquietud por querer saber: ¿por qué y para qué se creó la educación?, ¿cuál es el origen de la educación?, ¿es necesario tanto cambio en algo tan básico? De forma general, podemos decir que los políticos deberían tener claras cuáles son las prioridades, que pasan por saber cuál es la función de la educación y para qué se crearon las escuelas.

La educación es un proceso tremendamente relevante que tiene como fin último preservar la propia cultura. Poder transmitir a las generaciones venideras la propia cultura es vital para la evolución como especie, pero no solo se trata de transmitir conocimientos, acompañados de destrezas y habilidades, no solo se trata de transmitir la información, sino también las competencias que la acompañan. A partir de aquí nace la idea de asegurar esa transmisión a toda la ciudadanía, y es aquí donde toma relevancia la escuela.

Hay que asegurar la educación y procurar que no se instrumentalice la escuela. Buscamos soluciones desde diversos puntos de vista -métodos, programas, etc.- perdiendo muchas veces el propósito. Hemos de recuperar el rumbo, establecer las prioridades, seguir avanzando como especie, porque la educación es garante de evolución. Tenemos la obligación de promover habilidades, destrezas, experiencias, siempre relacionadas con competencias del ser, y dejar un poco al margen el hacer.

La cooperación fue aquello que nos ayudó a avanzar como especie. Según Michael Tomasello, nos sitúa en una evolución única: «El ser humano coopera y es altruista de forma innata». Así lo corroboran estudios con niños y niñas de menos de 12 meses. En los primeros años de vida no se precisan programas específicos para motivar estas competencias: niños y niñas de Educación Infantil cooperan por el gusto de cooperar. Es a medida que van creciendo, que los mecanismos van cambiando. Desde la escuela se fomenta el individualismo, la escucha unidireccional, las actividades individuales. La pertenencia al grupo se tambalea, entra en conflicto con ser los mejores. Algo se nos va perdiendo por el camino, algo se ha perdido ya.

Por todo ello, es obligación de las instituciones volver atrás, reflexionar, ser conscientes de lo que supone un sistema educativo y, por supuesto, hay que definir de una vez por todas un sistema educativo que recoja nuestra diversidad como riqueza, que asegure el futuro de nuestra sociedad, perpetue unas mejoras reales, deje fluir lo importante y, a partir de ahí, establezca prioridades.

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