Editorial. Ética y estética

Hace falta poco más que mirar a nuestro alrededor para tomar consciencia de que nuestra sociedad se halla inmersa en una realidad en la que es más importante lo que parecemos que lo que realmente somos. La apariencia se ha vuelto esencial en esta vida de escaparate que, obviamente, también llega a nuestros grupos, especialmente los de educación infantil.

Este número de nuestra revista no quiere ser un duelo entre conceptos, no quiere abrir un debate entre ética y estética, ni posicionar a una por encima de la otra. Quiere dar espacio a la reflexión y a las experiencias que permitan establecer lo esencial de que se conjuguen, de que vayan de la mano, que aquello que mostramos tenga un sentido y una razón.
Vivimos en un momento en el que, en cierta medida, se hace pedagogía en todas partes. Abrimos una revista o las redes sociales y nos aparecen clases y otros espacios educativos perfectamente decorados con todo lujo de detalle, y automáticamente pensamos en reproducirlos en nuestros centros: es bonito, es amable, entra por los ojos… No necesitamos más.

Y sí… Siempre hace falta algo más. Hace falta que ese espacio, más allá de lo que muestra, hable de las personas que lo habitan, de los niños y las niñas y de las maestras que en él conviven, crecen y aprenden. El espacio es el tercer educador. No vamos a debatir sobre ello. Pero lo es cuando tiene una coherencia y una reflexión detrás, cuando se adapta a quien vive en él. Cuando habla de nuestra realidad, de nuestras necesidades, de nuestros valores y nuestros límites. Que son propios y que deberían ser únicos, como lo somos las personas que los vivimos.

La ética nos habla de sentido y de rigor, la estética nos evoca la sensibilidad, y lejos de ser dimensiones separadas ambas nos hablan de una alianza necesaria: la ética precisa de sensibilidad; la estética precisa de sentido. Cuando se entrelazan en la vida cotidiana de la escuela se crea el marco pedagógico en el que los niños pueden desarrollarse de forma completa y coherente.

En cada pequeña decisión que tomamos en nuestros espacios educativos, hablamos de nosotros como docentes, de nuestros objetivos y de nuestra forma de entender lo que hacemos, lo que nos llena, lo que esperamos. Y no se trata de sumar más tareas a la larga lista que tenemos; se trata de llevar de una mano la conciencia y de la otra la sensibilidad, en equilibrio, sin necesidad de debates.

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