Educar de 0 a 6 años. La no-directividad, la no-instructividad como eje de una nueva educación

¿La educación autodirigida tiene cabida en el sistema escolar que el Ministerio de Educa­ción, Cultura y Deporte propone? Las preguntas son parte fundamental en la construcción de conocimiento y aprendizaje. Para el futuro de nuestras escuelas es importante preguntarse si existe la posibilidad de otro aprendizaje que no sea el aprendizaje autodirigido.

Comienzo este artículo, que tan amablemente me han pedido que escriba para la revista de la Asocia­ción de Maestros Rosa Sensat, con una pregunta. Considero las preguntas esenciales en la construcción de una base sólida de conocimiento. Siempre he pensado que una buena conversación debería tener un porcentaje alto de preguntas. Las cuestiones que nos vamos planteando a lo largo de nuestras vidas cambian nuestra manera de pensar, de percibir el mundo que nos rodea, cambian nuestra manera de ser. Una buena pregunta nos cambia profundamente, nos puede colocar en un espacio nuevo lleno de incertidumbre y lleno de posibilidades. Por eso considero que una buena pregunta vale mucho, muchísimo más que cien buenas respuestas. Los niños y las niñas nos invitan a crecer junto a ellos, por eso también creo que las conversaciones con los niños están tan llenas de preguntas. Los adultos cuando nos dirigimos a los peques casi siempre lo hacemos en clave de pregunta. ¿Por qué será?

La escuela en cierto grado anula la curiosidad, merma la capacidad de hacerse preguntas. Durante los años de aprendizaje escolar que yo viví se valoraban e incentivaban las «buenas respuestas», en cambio una buena pregunta podía ser censurada. Una pregunta muy común que creo que en algún momento de nuestro periodo escolar todos nos hemos hecho es: ¿para qué estudio esto ahora si tengo una sensación frustrante de que no sirve absolutamente para nada? «Para que tengas un futuro prometedor», nos decían, y algunos llegamos a la conclusión de que los adultos que nos rodeaban preferían sacrificar nuestro presente por un futuro incierto… y prometedor. En aquel momento, no sabíamos muy bien a qué se referían con eso, y de esta manera transcurrieron los años, nada más y nada menos que los veintitantos.

Corregían nuestras respuestas en vez de valorar nuestras preguntas. Unas respuestas que teníamos que dar, obligatoriamente, para calificar lo que se suponía que sabíamos, a unas preguntas que no eran las propias, preguntas muchas de ellas ajenas a nuestra realidad. Dichas preguntas aparecían después de un tiempo extraño, complejo de entender. Casi siempre el tiempo en su percepción y manejo es extraño. Un tiempo dictado, otra vez, desde fuera, donde teníamos que estar recibiendo clases instructivas para después depositar todo aquel «conocimiento» en un examen. Podían ser trimestres o incluso semanas, y después siempre el dichoso examen. Ese papel que caía en la mesa, ese papel que nos hacía temblar. ¿Qué tendrán los exámenes?, me pregunto yo.

Donde yo desarrollo mi trabajo, los niños y jóvenes que en él habitan no consiguen comprender el sentido que tiene que otros desde fuera tengan que validar lo que yo aprendo a través de una serie de herramientas absolutamente sancionadoras como son los exámenes. Estos chicos, estas chicas no diferencian el trabajo del juego, el aprendizaje de la vida. Tenemos un órgano perfectamente diseñado para aprender, que no descansa ni cuando dormimos. Es más fácil contener la respiración que el propio aprendizaje. Por eso es una pena saber que parte del sistema escolar todavía no está sabiendo sacar provecho a este potencial que, en definitiva, es el potencial humano. Aprovechemos el lenguaje, que nos trae posibilidades maravillosas, como la de hacernos preguntas. Y no censuremos a los niños y las niñas que hablan mucho en la escuela.

Una educación autodirigida se basa en hacerse preguntas, acto seguido buscar las respuestas, cometer errores y aceptar estos como posibilidades de seguir aprendiendo para conectar dichas preguntas con otras. Creo que, de una manera muy natural, es lo que hacemos si se nos deja tranquilos y se nos prepara un ambiente favorecedor y estimulante para que podamos sacarle el mayor provecho. Estamos constituidos para aprender. Lo contrario cuesta más. De hecho, siempre he pensado que para que un niño o una niña no aprendan tendrían que vivir encerrados en una habitación sin contacto con el exterior. Aun así estoy seguro de que algo aprenderían, ya que esa habitación se convertiría en su mundo, en su entorno. Me viene a la cabeza una película que vi no hace mucho cuyo título es La habitación…

«No existen relaciones instructivas entre organismos vivos.» La primera vez que escuché esto fueron palabras de un hombre al que admiro mucho, Humberto Maturana Romecin. Su literatura merece la pena ser estudiada. Ya han pasado unos años y el paso del tiempo lo único que ha logrado es reafirmar estas palabras. Hoy lo creo profundamente, más aún después de haber vivido rodeado de niños en un ambiente preparado durante los últimos quince años de mi vida. Un ambiente conscientemente preparado para que niños y niñas puedan interactuar en función de su guía interna, para que puedan acumular horas de felicidad mientras sus procesos de maduración van activándose. Para que puedan tomar sus propias decisiones a la hora de definir quiénes quieren ser. Para que puedan aprender sin exámenes ni deberes, cada uno marca hasta dónde quiere llegar en su proceso de construcción de conocimiento. Que tengan absoluta libertad para responder a las preguntas que consideren interesantes.

Este proceso de construcción de conocimiento al cual me estoy refiriendo es social, de hecho el proceso de recordar es un proceso social, se produce en colaboración con otras personas. Pero, en gran medida, el qué aprendo y con quién aprendo es una decisión individual; cada uno aprende lo que quiere y con quien quiere. Vivimos en una cultura en la que algo aparentemente tan sencillo como el hecho de que el aprendizaje venga dado con el acto de vivir, que uno aprenda si tiene interés y que no siempre se necesite un maestro resulta inconcebible.

La gente muchas veces me pregunta: «¿Aprenden a leer y escribir solos?». Como si fuera una especie de milagro… Yo les digo que sí, les comento que viviendo en comunidad e interactuando en diferentes entornos, pero al fin y al cabo, solos. Cuando observo su sorpresa, reafirmo mi sensación sobre el efecto que tuvieron esos años de escuela sobre las personas adultas, esos años en los que no se podía y la verdad es que tampoco apetecía hacer preguntas. La escuela como una vaca sagrada, la escuela como el único espacio donde el conocimiento habita. ¿Cómo se daba el aprendizaje cuando no existía la escuela?, ¿qué era la educación cuando no había educación?

Entender la educación como un proceso de transformación en la convivencia abre un espacio nuevo en el que la construcción colectiva de conocimiento coge un sentido vivencial. Desde que nacen, los niños y las niñas están dispuestos a aprender de los adultos. En cambio el adulto rara vez está dispuesto a aprender de los niños. El adulto se siente continuamente responsable del futuro de ese niño y de la responsabilidad de enseñarle, y este sentir no le permite mirar el presente y dejar hueco para la convivencia respetuosa con la infancia. El adulto que convive con niños debería tener interés por desarrollar una mirada abierta y respetuosa hacia la infancia. Valorar la extraordinaria capacidad que tiene la infancia para mejorar la especie humana.

Me da pena pensar que hoy el sistema escolar está en otra dimensión, funciona bajo otro paradigma. Me refiero al sistema escolar, no a los profesionales que desarrollan su trabajo en el mismo, ya que existen muchos profesionales (en honor a la verdad he de decir que no todos) que trabajan y se comprometen en la búsqueda de cambios de paradigma educativo, se perciben ciertos cambios. Cada vez más niños están siendo mejor tratados y cada vez son más los profesionales dentro de las escuelas que se convencen de la verdadera necesidad de un cambio. Esto traerá en un futuro no muy lejano consecuencias incalculables.

Pero me veo en la obligación de insistir: desgraciadamente el sistema todavía funciona bajo la mentalidad del siglo xviii, con pasillos largos y celdas a los lados, totalmente carcelario. La estructura escolar la sujeta la idea de que las teorías de la enseñanza funcionan. Se considera la idea de que se puede enseñar cuando lo que se supone que está aprendiendo no tiene ningún interés. Gastamos un montón de recursos económicos y humanos en crear materiales instructivos sin ningún sentido para el que tiene que utilizarlos, tanto el adulto que enseña como el niño que aprende. Gastamos un montón de energía y talento en hacer informes innecesarios para el buen funcionamiento del propio sistema. Desde aquí invito a los maestros y maestras de escuela a que desobedezcan ante la petición de tanto papeleo. Se puede y se debe desburocratizar la escuela. Toda institución excesivamente burocratizada con el paso del tiempo se deshumaniza. Una escuela absolutamente burocratizada resta tiempo y energía en dedicar atención a quien verdaderamente lo necesita, que en este caso es el niño. El niño no necesita que estemos todo el tiempo encima suyo; como mucho puede necesitar sentir nuestra presencia cercana y respetuosa hacia su necesidad de interactuar de una manera libre y espontánea con el entorno que nosotros como adultos podemos proporcionar. Cuando una escuela se desburocratiza, todo el tiempo que gastábamos en papeleo lo destinamos a reflexionar en torno a la idea de mantener seguro y apetecible ese entorno que con tanto cariño preparamos para los niños y las niñas. Empiezan a surgir preguntas tipo:

• ¿Cómo aprende un organismo vivo?
• ¿Cómo aprenden muchos organismos en desarrollo interactuando juntos de una manera libre y espontánea?
• ¿Se puede aprender sin interés? Sabiendo, como bien dice Piaget, que el «interés es un magnífico regulador de la energía».

Por último, me gustaría terminar este artículo con otra pregunta sencilla: ¿qué sucedería si abriéramos las puertas de la escuela para que los niños y las niñas pudieran salir y entrar cuando quisieran?
Existen en España un montón de proyectos en los que las puertas están abiertas para que los niños y las niñas que conviven en estos espacios puedan marcharse cuando quieran. Espacios en los que los niños y las niñas van felices a sus lugares de trabajo-juego. Estas iniciativas han venido para quedarse. Algunos los llaman escuelas libres, otras personas hablan de educación alternativa, otras de metodologías activas, otras de espacios de aprendizaje autodirigido, ambientes de juego y aprendizaje, ambientes preparados para niñas y niños, etc. Son proyectos donde la diversidad es la norma. Un montón de nombres para un buen montón de iniciativas que centran su idea en el bienestar de los pequeños y entienden que, si te sientes bien, aprendes mejor. Saben que solo se aprende lo que nos emociona, y que, si uno tiene que estar protegiéndose de amenazas externas, su organismo tarda más tiempo en reorganizarse para el aprendizaje. Como nos dice la psicología evolutiva, una vez que dejo atrás una etapa de desarrollo o un periodo sensible, ya no puedo volver para recuperarla. Son proyectos que saben que cada organismo comprende perfectamente lo que le conviene en cada momento. Cada niño reacciona lo mejor que puede a las circunstancias que lo rodean. Niños y niñas, cuando parten de sus intereses, de su guía interior, se dedican a aquello que les da serenidad y alegría. Son proyectos que han comprendido que lo que ellos hacen viene a ser una idea centrada en la mirada abierta y respetuosa hacia la infancia, una idea aplicable en cualquier contexto donde niños, niñas, jóvenes y adultos conviven. Escuelas públicas, privadas, concertadas, ambientes de barrio…, cualquier lugar: la única condición es que los adultos comprendan que, dejando a los niños ser y preparando ambientes favorecedores para la infancia, responderán formando un carácter favorecedor para ellos y para quienes los rodean. Nacemos colaboradores y generosos con nuestra propia especie. Debemos cuidarlo.

Ibon Herran Muruaga, cofundador y adulto responsable de
los ambientes de Kortiñe y fundador de Sarete (sarete13.wordpress.com).

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