Escuela 0-3. Trenzando la presencia

Una reflexión coral a tres voces sobre la presencia de la persona adulta que acompaña a niñas y niños. Las tres voces parten de la vivencia, la experiencia y la reflexión conjunta que ha inspirado un momento de acompañamiento, trenzándose en armonía y confluyendo hacia una mirada común y enriquecida de la infancia.

La presencia
Tomando como base las ideas de José María Toro, y uniéndolas a mi experiencia de trabajo en la escuela infantil, entiendo que estar presente significa dar presencia, ofrecer un presente, un regalo muy especial: la propia esencia.

Durante años de trabajo con niños y niñas pequeños, de entre 0 y 3 años, he tenido la oportunidad de observar que «estar presente» es su modo natural de afrontar la vida; ellos y ellas viven plenamente lo que está ocurriendo aquí y ahora: no hacen las cosas pensando qué será lo mejor para su futuro, simplemente son en el momento presente.

¿Tiene alguien el derecho de robarles esta capacidad de ser en cada fase de su vida?
He observado, además, que, cuando las personas adultas que acompañamos a las niñas y los niños nos entregamos verdaderamente al momento que estamos viviendo, cuando ponemos nuestra atención de forma exclusiva en aquello que está aconteciendo aquí y ahora, conseguimos, de forma progresiva, un ambiente distendido, tranquilo, calmado…, donde niños, niñas y personas adultas conviven en armonía, seguros, con confianza en sí mismos, en las capacidades propias, sabiéndose respetados en sus ritmos, en sus gustos, en sus motivaciones internas.

Una persona adulta que da presencia, no se apresura en sus acciones, sabe aguardar el tiempo que cada niño o cada niña necesita para pasar de una acción a otra, de un estado emocional a otro, sin juzgar ni etiquetar, sin hacer comparaciones, esperando que ocurra lo inesperado, sin expectativas ni objetivos previamente marcados, únicamente confiando en que lo que tenga que suceder sucederá… Un adulto que da presencia es en cada uno de sus gestos, que de forma consciente deja inacabados, para permitir, sin prisa, que el niño y la niña tomen la iniciativa allí donde se encuentran, y puedan, desde ahí, encontrar el camino a seguir.

Una persona adulta que da presencia sabe que las manos son la herramienta principal con la que establecerá la comunicación con un pequeño. Por tanto, permanecerá muy atenta a sus gestos y a lo que sus manos perciben. Las manos, además de transmitir un mensaje, hacen preguntas y descubren respuestas en el cuerpo del niño o la niña que tocan. Cuando el niño o la niña tensa sus músculos, cuando los relaja, cuando se acurruca, cuando se distancia…, nos transmite infinidad de mensajes que podremos descifrar, mejor cuanto más presentes estemos en el momento, y nos permitirá una comunicación íntima con quien acompañamos. Hemos de esmerarnos al máximo para que sienta que es tenido en cuenta en la relación que estamos edificando, que podemos esperar su respuesta y adecuar nuestra acción a su cadencia, acompasar nuestros ritmos para establecer un vínculo afectivo sólido que acompaña, pero no impone un único camino, en el que fluye la coreografía del dar y tomar, del ahora hablas tú, ahora hablo yo, ahora escucho yo, ahora escuchas tú… ¿En qué se basa si no una auténtica relación?
Edurne Lekumberri

Presencia con toda mi esencia
Estamos en el tiempo de acogida con el grupo de lactantes. Hace unos días la madre de Soraya salió de allí los primeros minutos. Parecía que Soraya aceptaba la situación y hasta le decía adiós con la mano mientras se quedaba cerca del aéreo. Estos primeros minutos de separación, poco a poco, fueron alargándose.

Un día, al salir su madre, Soraya comenzó a llorar y fue gateando hasta la puerta por donde ella había salido. Allí, al lado de la puerta, ha pasado varias semanas. Tanto nosotras como la familia hemos ido respetando los tiempos que ella marcaba. Poco a poco, ha ido cogiendo distancia de la puerta: un día para coger un molde de magdalena, otro para coger una brocha…

Para nosotras, ha sido fundamental respetar su proceso y darle tiempo, todo el tiempo que ha necesitado, acompañándola desde donde iba aceptando. Ni demasiado cerca ni demasiado lejos. Respetando y aceptando sus sentimientos, sin taparlos ni desviarlos. Ella ha ido marcando el compás y nosotras, presentes, hemos ido respetando su tempo.

Otro día decidió acercarse al aéreo, empezó a explorar ese entorno y descubrió un cesto de mimbre con diferentes objetos que fue sacando uno a uno hasta vaciarlo para, finalmente, acabar metiéndose ella en el cesto.

La observé desde la distancia unos minutos y parecía disfrutar, empezó a llorar y sentí que Soraya necesitaba salir de allí. Me acerqué y le ofrecí mis brazos, le di tiempo esperando su respuesta, ella echó su cuerpo para delante hacia mí y estiró sus brazos: ahí comenzó nuestro baile, un baile que no sabes cuánto va a durar, ni por dónde te va a llevar. Yo estoy allí, viviendo ese momento con toda mi esencia, escuchando lo que me va diciendo, lo que va necesitando. Con el cuerpo abierto, para que tenga espacio para salir o entrar; acompañando, con las manos, todo el proceso; sin invadir y sin abandonar, moviéndome al compás que ella marca. De repente, decide salir de ahí. La apertura de mi cuerpo se lo permite y se desliza dejándome a un lado. Gatea hacia unas cestas y pelotas, y comienza a jugar con ellas. Mientras tanto, yo me coloco cerca, manteniendo una distancia que respeta el espacio para que ella pueda crear su proyecto de juego y, a la vez, lo suficientemente cercana para que me sienta ahí.

Siento que ese momento ha sido para ella como una botella que se va llenando y llenando de presencia. Ya ha tenido suficiente. Ahora tiene ganas y energía para salir, para explorar el mundo.

Más tarde, observando las imágenes con Inder, me invade un recuerdo: me encuentro en un taller de Ute Strub, jugando con una pluma, acompañándola en su vuelo, con movimientos seguros y delicados, bailando con ella, con los brazos y todo mi cuerpo, al ritmo que ella va marcando.

Así pues, siento que niñas y niños son como plumas, y nosotras sus acompañantes de vuelo. Estamos ahí, dejando espacio para que puedan volar y a la vez estando cerca para que sientan seguridad, para que puedan ser ellos mismos y desplegar su esencia plenamente.

«Todo lo que es sembrado en el alma florece en el corazón para dar fruto en cada una de las acciones que realizamos.»
José María Toro

Saioa Belzunegi

Un lugar esencial en el vacío
Al observar y analizar las imágenes que fotografié a lo largo del tiempo de acogida en varias escuelas municipales de Pamplona, esta secuencia de Saioa acompañando a Soraya me generó el deseo de detenerme e indagar en los significados que ofrecía.

Aprecio el valor de la documentación como dispositivo para buscar puntos de vista que ofrezcan la posibilidad de desarrollar conocimiento. La documentación fotográfica nos ayuda a compartir reflexiones para enriquecer nuestras miradas y prácticas educativas, a la vez que nos permite comprender y visibilizar los procesos vitales de las niñas y los niños. Y eso es lo que ha surgido adentrándonos en las entrañas de este momento de acompañamiento, conectarnos con la presencia de la esencia que alberga.

Comienzo con las preguntas e hipótesis que me surgen en la retina. ¿Qué ha surgido en la acción de capturar estas imágenes? ¿Qué lecturas podemos compartir a partir de las imágenes y con qué otros significados nos conectan? ¿Y qué pueden ofrecer estos significados a la vivencia pedagógica?

La acción propia de documentar me exige adaptar mi corporalidad y presencia al contexto del grupo. Por eso comienzo a mirar desde la posición horizontal, desde la base del suelo, de la raíz, como una serpiente que prepara su lengua para atrapar sigilosamente una dosis de esencia.

En el momento en que fotografié estas imágenes, buscaba planos subjetivos y colocar mi mirada dentro de las emociones de lo que estaba surgiendo. Pero mi cuerpo a ras de suelo fue poco a poco irguiéndose como una cobra, levantando el cuello, encorvándose para mirar hacia abajo. Había otra cosa ahí que me estaba llamando, una corriente que fluía entre los espacios de los cuerpos. El observar el movimiento de mi cuerpo me conectó con los movimientos que estaba componiendo Saioa con el suyo. Mi emocionalidad se salió del llanto de la niña y se situó en esos espacios «entre», vacíos llenos de significado que iba creando con sus manos, posiciones abiertas a recoger cualquier emoción e ir transformándose en diálogo con los cambios corporales de Soraya, la niña que expresa mediante el llanto y el movimiento algo donde Saioa le ofrece un espacio, un lugar para poder sostenerlo, contenerlo. Un continente cóncavo, con-cavidad. Parece que Saioa, con todo su cuerpo, casi hasta con sus orejas, adopta la esencia de cueva, cuenco, cuna o casa. Elementos primitivos, básicos, donde se asientan las necesidades y los aprendizajes más esenciales y complejos.

En esta reflexión tengo muy presente al escultor vasco Jorge Oteiza y su cosmovisión, en la que desarrolló profundamente la idea del vacío, con planteamientos metafísicos sobre la desocupación del espacio y su significación. La presencia del vacío que construye Saioa en su forma de acompañamiento corporal y emocional me ofrece también, en su apertura, interpretar el significado de su acción desde esta mirada. La que nos permite profundizar y conocer mejor los campos más sutiles de las relaciones humanas.

Admiro las corporalidades de las educadoras que ofrecen vacíos desde su presencia matérica, espacios para acoger seres puros, otras materias vivas en construcción. Tal vez buscar metáforas en esculturas donde nos veamos reconocidas en su esencia nos ayude a resignificar las acciones corporales en nuestro acompañamiento a la infancia.

Inder Bhatti Azkoaga
Edurne Lekunberri, directora de la E. I. Donibane,
Inder Bhatti, tallerista de las escuelas infantiles
del Ayuntamiento de Pamplona,
Saioa Belzunegi, acompañante del grupo
de lactantes de la E. I. Donibane.

Bibliografía
Godall T. (2012). «Del contacto con y sin tacto». Aula de Infantil, nº 66, pág. 15-19.
Toro, J. M. (2014). Educar con el «co-razón». Bilbao: Desclée.
Tremoleda, A. (2018). «Manos que esperan, palabras que acompañan». Infancia, nº 169, pág. 15-17.

 

 

 

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