Escuela 3-6. La permeabilidad de los grupos estables

La situación actual provocada por la pandemia nos está sacudiendo en todos los sentidos. Como sociedad tenemos que aprender una nueva manera de entender las relaciones en la que toma mucha importancia el cuidado de uno mismo y también el cuidado de los demás.

Más que nunca se transmite un mensaje de comunidad y de reconocernos unos a otros, pero con una distancia y unas medidas estrictas de seguridad que nos alejan y nos aíslan enormemente, y nos hacen correr el riesgo de olvidarnos y centrarnos en una individualidad que puede derivar en actitudes egocéntricas y poco empáticas.

Esto mismo es lo que la escuela está viviendo. Los grupos estables nos encierran dentro de un mundo pequeño con riesgo de aislarnos y llevarnos a olvidar la comunidad a la cual pertenecemos: la escuela.

Es cierto que los grupos estables también comportan beneficios que hay que aprovechar y saber disfrutar.

Un grupo estable del cual eres tutora te permite organizar el día de acuerdo con las necesidades del grupo, sin entradas y salidas de especialistas que fraccionan franjas horarias poco respetuosas con los ritmos de niños y niñas.

Es una oportunidad para abandonar las parrillas horarias y fijarse en las identidades de los grupos, y alargar o acortar los tiempos. Es un momento para escuchar a los niños y estirar hilos de aprendizaje a sabiendas de cómo empiezan, cómo se desarrollan y hacia dónde andan, con la tutora como única persona que los acompaña.

La maestra tutora recupera el papel generalista que parecía que ya habíamos olvidado. Las escuelas rurales saben mucho de este rol y escuchar su experiencia siempre me ha parecido muy enriquecedor. Recuperémoslo.

Dejar de lado los conceptos estrictamente relacionados con la especialidad puede ayudarnos a visualizar globalmente al niño y a intercalar todos los saberes, suyos y tuyos, dentro de los contextos de aprendizaje.

Esto no quiere decir que la figura del especialista desaparezca de la escuela. Quizás ahora lo necesitamos como tutor para crear grupos más reducidos, o quizá su papel es más de asesor y su colaboración deviene de vital importancia en la planificación de los aprendizajes que se van generando. Está claro que su colaboración es tan importante como siempre, pero cambia cómo interviene dentro del grupo.

Es momento de aprender a trabajar en equipo, hacernos especialistas de nuestra experiencia como maestras y compartir los saberes periódicamente, para enriquecer nuestra tarea dentro de nuestros grupos estables. Entrelazamos diferentes puntos de vista y diferentes disciplinas, sin olvidar la visión global del niño.

Otro de los beneficios son los vínculos profundos del grupo, generar unas rutinas de trabajo muy rítmicas y ajustadas a niñas y niños.

Como tutora observas dinámicas e intereses que puedes hacer crecer aprovechando el entusiasmo del momento, sin dejar para otro día lo que se está generando. El día se convierte en un tiempo valioso y libre de trabas y complicaciones organizativas.

Pero todos estos beneficios tienen riesgos. Centrarse demasiado en los grupos estables nos puede hacer perder de vista el colectivo del cual somos parte. Somos individuos que necesitamos a los otros para crecer, y vivir en comunidad nos ayuda a abrir la mente y a identificarnos con los otros. Conocer las necesidades de unos ajusta las prioridades de los otros, y vivir en la máxima diversidad posible modifica pensamientos, a veces, demasiado individualistas.

La escuela, más que nunca, tiene que recordarnos que, a pesar de la situación actual de limitar las relaciones, somos una comunidad grande y diversa donde nos necesitamos unos a otros y los grupos estables conviven bajo un mismo paraguas que nos guarece de tormentas y mal tiempo.

Buscamos maneras que nos ayuden a hacer visible esta visión comunitaria. La escuela puede organizar acciones que unan grupos estables sin salir de las zonas protegidas. La vida cotidiana siempre está llena de momentos transversales que ofrecen oportunidades para conectarnos y para no olvidarnos unos de otros.

Un pequeño grupo puede encargarse de regar las plantas de toda la escuela. Hay maneras seguras de hacerlo, cuando los otros no están y desinfectando todo lo que pueda ser un objeto de contagio (los niños y niñas aprenden a hacerlo y están muy concienciados). Y se pueden dejar notas en los espacios explicando cómo se han encontrado las plantas, o simplemente un «¿Cómo estáis? Os hemos regado las plantas». Dejar un ramo de flores recogido mientras se hace la jardinería de la escuela en los diferentes espacios es un mensaje simbólico que dice: «Estamos aquí y sabemos que vosotros también».

También se pueden enviar mensajes de voz por correo electrónico pidiendo datos que otros grupos pueden facilitar, u organizar videoconferencias entre grupos compartiendo conocimientos. Lo hemos hecho cuando hemos estado confinados y ahora podemos hacerlo de forma puntual para enseñarnos o explicarnos experiencias.

Pensemos maneras de hacer visible la comunidad a la cual pertenecemos. No olvidemos que los otros existen y que sentirnos juntos nos ayuda a dar sentido al hecho de cuidarnos para cuidar.

Hagámoslo también los maestros, entre nosotros. Compartamos experiencias y enriquezcámonos con lo que aprendemos de esta situación nueva y complicada. Regalémonos sonrisas y escuchemos frustraciones y momentos difíciles, que también sabemos que están.

Protejamos nuestros grupos estables, pero permeabilicémoslos sin poseerlos. Somos las tutoras de un grupo de niños y niñas, pero no son nuestros. Forman parte de un colectivo que ahora necesita una distancia de seguridad.

Una distancia, no un abismo.

Mar Hurtado, maestra de la escuela El Roure Gros,
Santa Eulàlia de Riuprimer

mhurtad4@xtec.cat, @mhurtad4

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