Escuela 0-3. Manos que esperan, palabras que acompañan

Manos que no se precipitan, que observan antes de actuar, presentes, precisas, manos que respetan al otro por encima del propio impulso, que escuchan y son prudentes. Manos que antes de hablar dejan espacio para que el cuerpo del niño nos explique, nos dé respuestas. Manos que se interesan por el otro y danzan con las necesidades del otro. Palabras que no lo saben todo, que dan ideas, que proponen y ofrecen, no desde un saber que se cree rotundo sino desde la ilusión de encontrar soluciones conjuntamente.

Regresaba de hacer una observación en el Instituto Pikler, esta vez había ido para profundizar en el acompañamiento de la resolución de conflictos, volvía con nuevas ideas en la cabeza y una sensación de que el lunes tendría más herramientas o, cuando menos, podría intentar acompañar con más precisión.

El lunes parecía que los niños y las niñas me quisieran dar la posibilidad de hacerlo. Fue una mañana en que pasaron muchas cosas. Dos niños no se ponían de acuerdo: los dos necesitaban más piezas de madera y tiraban de una, María había tirado más fuerte y se la había quedado; Bernat lloraba. Me acerqué, me situé en medio de los dos y puse la mano cuidadosa sobre el hombro de Bernat, que mostraba con todo su cuerpo lo enfadado que estaba: la musculatura tensa, las cejas y los labios arrugados. Tan solo notar el contacto de mi mano hizo un gesto de incomodidad y me apartó, enfadado. De esta escena salieron un montón de ideas y de reflexiones, y también la sorpresa de ver que no se me había ocurrido antes que un niño, cuando tiene una dificultad, no siempre quiere el contacto con el adulto, aunque este adulto sea quien se encarga de él, aunque sea un adulto referente, y cómo este gesto puede aparecer de forma mecánica, cuando no siempre se necesita una caricia, un abrazo, y que el respeto, el hecho de pedir permiso, de comenzar un diálogo y escuchar, son necesarios siempre.

Ya hace tiempo que se pueden leer reflexiones sobre el hecho de no obligar a los niños a hacer besos y sobre la importancia de que puedan expresar sus límites, lo que quieren y lo que no, y de ser escuchados y respetados. Sobre lo importante que es poder decir que no sin temor a dejar de ser querido, poder decir que no en el proceso de construir la propia identidad, y aprender a ser diferente del otro y a tener deseos diferentes de lo que se espera. Pero no había llegado a percibir lo importante que es este espacio de encuentro con el otro.

Este «no» del niño me lleva a pensar en la profundidad de la concepción de este niño capaz, competente, protagonista de sus procesos y del papel de la persona adulta que acompaña: ¿nos necesitan?, ¿de qué manera?, ¿en qué momentos? Me lleva a pensar en la idea de afecto, de amor: ¿cómo se expresa?, ¿dónde acabo yo y dónde está el otro? Me hace pensar en los principios de respeto, de individualidad, de libertad.

Hace años que me acompaña el concepto pikleriano del gesto inacabado, un gesto que ofrece, que propone y no se precipita; esa mano que espera abierta que el niño te quiera dar o acepte darte lo que le pides, esa mano que está cerca por si hace falta. Pero en momentos de conflictos, de situaciones en las que hay desacuerdo o malestar, mis manos pensaban que tenían que correr en auxilio del niño o niña y calmarlo enseguida dando una solución. A pesar de la reflexión sobre la importancia de sostener y no silenciar el llanto, de dar espacio a la expresión del niño -no solo a las expresiones de alegría, de juego, de vida, sino también a las expresiones de tristeza, de enojo–, las manos se precipitaban ante la dificultad de sostener la situación.

Las manos no van solas, las manos acompañan el pensamiento, la vivencia, la emoción. Este proceso, pues, empieza cuando podemos pensar que el conflicto no es malo en sí, que el conflicto da la posibilidad de aprender, de conocer y encontrar recursos dentro de uno mismo, que el conflicto puede proporcionar herramientas de interacción social. Empieza por recordar lo importante de la actitud del adulto que hace de modelo y, por lo tanto, lo importante que es la respuesta que damos, cómo acompañamos esta situación y qué es lo que aportamos para resolverla. También empieza por cambiar la mirada y no ver víctimas y agresores, sino dos personas que se encuentran y todavía no lo saben hacer mejor, dos personas que necesitan ayuda, y que por lo tanto necesitan ser acogidas desde la serenidad, la calma y la empatía. Empieza por saber que cuando un niño vive una situación difícil nosotros no podremos reparar esa vivencia: ese malestar formará parte de su experiencia, de su historia de aquel día, y nosotros lo que podemos hacer es acompañar esa experiencia y que el niño sepa que estamos allí, que nos importa, que lo entendemos y que este disgusto también forma parte de la vida, el malestar y la frustración que se pueden vivir.

De las observaciones en el Instituto Pikler-Lóczy de Budapest me emociona ver que, cuando hay un conflicto, antes de que llegue la educadora llega la calma, y que solo con oír la voz de la persona referente el conflicto se transforma en un proceso de resolución, porque estas palabras que llegan con la calma, esta actitud serena, respetuosa, empática, envía el mensaje a los niños y niñas de que la persona adulta que los acompaña entiende, comprende y vela por su bienestar, y por lo tanto será una persona adulta que llevará con ella soluciones, tranquilidad y que podrá acoger a quien lo necesite.

Podemos poner palabras para describir lo que está pasando, para ayudar a dar voz a lo que están viviendo los niños y las niñas, para poner sobre la mesa las diferentes perspectivas, dar posibles opciones para la resolución y ofrecer ideas que sirvan no solo para aquella situación sino como guía para situaciones futuras: «Si aquí no estás bien, puedes marcharte». Cuando ves a un niño que se queja en una situación incómoda, como lo conoces sabes que lo puede hacer. Ya de mayor, ¡a mí misma me ha servido esta frase!

De este gesto que ya forma parte de mí (el de tender la mano y esperar, el de preparar la manga de la chaqueta y que sea el niño quien ponga el brazo, el de abrir el gorro de invierno y ver si el niño quiere probar a ponérselo él mismo, el de pedir permiso para sonar…) a un gesto más sutil en el que deba tener dedicación y presencia, un gesto que no pide autonomía sino que la permite. Manos que no esperan niños y niñas obedientes sino que acompañan a niños y niñas que tienen mucho que decir y que hacer. Manos sutiles que, en situaciones en las que tenemos que respirar dos veces, son manos que no juzgan, manos que no tienen prisa, manos de respeto. Manos que no se precipitan, que observan antes de actuar, presentes, precisas, manos que respetan al otro por encima del propio impulso, que escuchan y son prudentes. Manos que antes de hablar dejan espacio para que el cuerpo del niño nos explique, nos dé respuestas, manos que se interesan por el otro y danzan con las necesidades del otro.

Palabras que no lo saben todo, que dan ideas, que proponen y ofrecen, no desde un saber que se cree rotundo, sino desde la ilusión de encontrar soluciones juntos.

Alidé Tremoleda, coordinadora y educadora en Malaika Joc i Formació de Prats de Lluçanès (Barcelona).

Bibliografía

David, Myriam, y Geneviève Appell. Lóczy, una insólita atención personal, Barcelona: Octae­dro-Rosa Sensat, 2010.

Szanto Feder, Agnès. Una mirada adulta sobre el niño en acción. El sentido del movimiento en la protoinfancia. Buenos Aires: Ediciones Cinco, 2014.

 

 

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