Escuela 0-3. Si lo creemos, es posible

Un título alentador, una propuesta que invita a la utopía, una oportunidad para buscar el espejo en el que queremos ver nuestras escuelas. Un curso de formación en la escuela de verano de 2017 unió a profesionales de la educación de diferentes ámbitos y etapas: de 0-3, de 3-12, e incluso de ciclos formativos de técnicos de educación infantil. Cada cual aportó su bagaje y una mochila formativa y profesional muy diferente, según las diversas realidades.

El grupo enseguida se unió y, día tras día, se fue enriqueciendo con experiencias de unos y otros, tejiendo y construyendo la imagen de escuela que queremos en nuestras realidades.

Partiendo de la formación y la experiencia vivida en las escuelas infantiles municipales de Reggio Emilia y de mi trayectoria formativa y laboral, buscaba un curso donde remover pensamientos, donde la mirada de los adultos hacia la infancia tuviera sentido y estuviera en equilibrio con la cultura de la infancia.

Para empezar, nos concienciamos de los derechos de niños y niñas, que hay que garantizar en todo momento: «Los niños tienen derecho a ser reconocidos como sujetos de derechos individuales, jurídicos, civiles, socia­les: son portadores y constructores de culturas propias, y en consecuencia participantes activos en la organización de su identidad, su autonomía y sus competencias, a través de la relación y las interacciones con los iguales, con los adultos, con las ideas, con las cosas, y con los acontecimientos diversos e imaginarios de mundos en comunicación» (Loris Malaguzzi).

Cada niño es portador de derechos, y es imprescindible que los adultos que los acompañamos podamos garantizar el respeto y el valor de su identidad, de su singularidad, y velemos para ir a su ritmo en todo momento, para que su evolución y su crecimiento siempre vayan a la par con sus intereses y sus curiosidades.

Todo el mundo debe tener derecho a una educación de calidad, derecho al respeto, derecho a disponer del tiempo y el espacio adecuados para desarrollarse en armonía, derecho a ser tratado con afecto, a ser escuchado y observado con todos los sentidos, derecho a recibir una educación de calidad, con el acompañamiento del mejor maestro al lado que lo ayude a crecer como persona libre, crítica y con capacidad para pensar, como persona segura y feliz.

Las realidades educativas por donde nos movemos son muy diversas. Los recursos, las herramientas y las estrategias organizativas ofrecen un gran abanico de experiencias de aprendizaje.

Para empezar, nos planteamos cuestiones como las siguientes:

  • ¿Qué función tiene la escuela dentro de nuestra sociedad?
  • ¿La realidad de la escuela es la que queremos?, ¿es en la que creemos?
  • ¿Estamos ofreciendo una experiencia de calidad a los niños y a las familias?
  • ¿Tenemos que mejorarla?, ¿cómo?
  • ¿Estamos en equilibrio entre la teoría y la práctica real?

No es sencillo. Nada. Todos sabemos qué tenemos entre manos y las situaciones que vivimos cada día. Pero ¿sabéis cuál es la mejor herramienta que tenemos para conseguir esta escuela que queremos? Las personas. Las personas que tienen compromiso ético, político y social para garantizar una educación de calidad. Estas personas, que tienen la capacidad de hacer crecer proyectos educativos con sentido, respeto y coherencia.

Loris Malaguzzi y la filosofía educativa de Reggio Emilia nos ayudaron como punto de partida y de reflexión para despertar el espíritu crítico de cada uno de nosotros, siempre teniendo en cuenta que esta experiencia nos ha de servir para inspirar nuestra reflexión y nuestra práctica educativa, pero nunca para hacer una copia en nuestra realidad, que no tendría ningún sentido ni ningún valor fundamental.

Haciendo estos paralelismos entre nuestra realidad y la filosofía de Reggio, hicimos profundas reflexiones sobre el niño, el papel del adulto, la organización, el tiempo, la observación, la escucha, la búsqueda del sentido…

Fueron surgiendo muchas aportaciones significativas, y he elegido lo que establecimos como la esencia. La esencia nunca puede faltar, y nos tiene que guiar en todas nuestras acciones: el niño, el equipo y la escuela abierta.

El niño
Hablar de niño o niña es hacer referencia a la humanidad, a una concepción de la naturaleza y a un tipo de cultura.

El niño pide el derecho a andar tanto como sea posible sobre sus piernas.

Tenemos que creer en un niño como persona única y diferente del resto. Una persona llena de posibilidades, un sujeto siempre predispuesto a interaccionar con el ambiente, a dar y a recibir, y a desarrollarse en continua relación con el entorno. Un niño capaz y competente con diferentes niveles de desarrollo, de competencias, de ritmos de vida y de aprendizajes. Un niño curioso por naturaleza, con plena capacidad de descubrimiento, que hace uso de todos los sentidos, que construye conocimientos con la propia experiencia. Un niño que tiene que ser protagonista de su aprendizaje en todo momento.

Esta es la teoría, pero ¿cómo respetamos a este niño o niña a la práctica? ¿Somos conscientes de que lo estamos respetando? ¿Esta­mos en equilibrio entre esta teoría y la práctica que nostoros llevamos a cabo? ¿Cómo construye su conocimiento? ¿Cómo funciona su mente? ¿Cómo miramos la infancia para aprender de ellos?

 

El equipo
¿Con qué actitud acompañamos a este niño? ¿Qué organización y distribución de espacios es la correcta para estar en equilibrio con esta imagen de la infancia? ¿Qué papel tiene la cultura de la infancia dentro de las escuelas? ¿Somos coherentes?

Surgieron muchas reflexiones sobre estos aspectos. Y las conclusiones que pudimos extraer nos llevan a la concepción de un profesional capaz de modificar su mirada. Con una mirada consciente de este respeto, una mirada que se comprometa a velar por las necesidades y los intereses de los niños y las niñas. El profesional tiene que reconocer la cultura de la infancia y atribuirle el valor que se merece.

Necesitamos equipos con la capacidad de dedicar esfuerzo y tiempo, equipos con decisión que creen contextos ricos y varios, contextos y situaciones que posibiliten experiencias que ayuden a reinventar las escuelas, lugares donde todo se pueda vivir a través de la ilusión y del placer.

La escuela abierta
La escuela debe abrirse a toda la comunidad educativa, a todos aquellos que quieran formar parte de ella: las familias, los vecinos, las asociaciones, el barrio, el pueblo, la ciudad… Todos formamos parte de la sociedad, y hemos de ser conscientes del gran papel que tenemos. Educamos y ayudamos a ciudadanos a conocer la sociedad, el mundo que los acogerá. Tenemos la obligación de ofrecer oportunidades educativas y una formación integral a todo el mundo. La escuela tiene que ser un espacio abierto, democrático y participativo. Si queremos atribuir el valor que se merece a la cultura de la infancia, tenemos que ser capaces de abrirnos al entorno y mostrar nuestra identidad.

Participar es ser parte. Y solo participando se puede ser y sentirse parte de la escuela.

La gran tarea que nos ocupa requiere una reflexión continua, una crítica constante y una gran capacidad para cuestionarnos si lo que hacemos tiene sentido y responde a la cultura de la infancia y a la función de la escuela que queremos transmitir y queremos vivir día a día.

Este compromiso queda demostrado con los grandes esfuerzos que tantos maestros dedican a la calidad educativa. Y disponemos de asociaciones donde podemos reflexionar, intercambiar experiencias y construir conocimientos, donde podemos continuar desaprendiendo para volver a aprender.

Aliento a todos los equipos y a todas las personas que creen en los niños y las niñas para que no desfallezcan nunca. Esta mirada hacia el niño nos ayuda a mejorar la práctica educativa. Seamos conscientes de ello. Pon­ga­mos todos los sentidos. Acompañemos a cada niño y ofrezcámosle un escenario lleno de oportunidades que lo ayude a conocer el entorno y a crecer haciéndose preguntas, creando continuas hipótesis y probando de superar retos y más retos.

Los maestros son como exploradores que utilizan brújulas y mapas.

Y, como los exploradores, saben dónde está la meta, saben cuáles son las metas, pero saben que las metas cambian cada año, porque el terreno, el clima, las estaciones, los niños y las niñas son diferentes.

Los destinos, los objetivos, son importantes y no los tenemos que perder de vista, pero más importante es saber cómo y por qué queremos lograr estos objetivos.

Es importante para niños y adultos recorrer de nuevo los propios pasos, sus procesos de conocimiento, mediante una actitud que es posible gracias a la observación, la documentación y la interpretación.

Loris Malaguzzi

Natàlia Grifé, maestra de la Escola Bressol Lola Anglada de Lloret de Mar, Girona.

 

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