Infancia y sociedad. Los padres y madres que no daban voces. A propósito de la inteligencia emocional

Las emociones forman parte importante de nuestra vida y también de la de nuestros niños y niñas desde que nacen, aunque los padres y los maestros tendemos a pensar que la infancia es la época de la vida feliz de las personas. Esta manera de considerar la infancia como una etapa donde se vive la completa felicidad, donde no existen los problemas, nos lleva, por una parte, a despojar a nuestros niños y niñas de su vida emocional, a no tener en cuenta sus emociones o, lo que es peor, a ningunearlas, y por otra parte a hacernos responsables de ellas, y por lo tanto vivimos sus emociones como si fueran nuestras. Ambas maneras de actuar impiden que podamos enseñar a nuestros niños a hacer frente a las demandas que su vida emocional les va a acarrear.

 «¡Niño, hay que compartir!», les decimos a nuestros niños y niñas pequeños cuando se niegan a dejarle un juguete a alguno de sus amigos, y si no quieren compartir y se pelean añadimos lo de «los amigos no se pelean, dale un besito a tu amiguito». Enton­ces le obligamos a que le dé un besito al niño que le acaba de soltar un tortazo disimuladamente, y terminamos con eso de «¡Que no llores! Que no se llora por tonterías».

«¿Cómo están ustedes? ¡Más fuerte! ¿Cómo están ustedes?» Estas preguntas esconden algo más que un con­ven­cio­nalismo. Escon­den una realidad: que nos­otros estamos de alguna manera, bien, mal, regular, contentos, feli­ces, tristes, enfadados, asustados, satisfechos, irritados, etc. Esta­mos emocionados, vivimos continuamente acompañados de emociones, y curiosamente esas emociones nos las provoca alguien: los demás o nosotros mismos.

Tenemos, por un lado, una tendencia a negar el impacto que algunas emociones, las llamadas emociones negativas, tienen en nuestra vida. «¿Qué te pasa?» «¿A mí? ¡Nada!» Y todos sabemos que algo pasa. Es que parece ser que hemos aprendido que este tipo de emociones hay que vivirlas como si fueran hemorroides. Se sufren en silencio.

Por otro lado, cuando decimos «con lo tranquilo que yo estaba, ahora vienes tú y me alteras», estamos constantemente poniendo en manos de los demás nuestra posibilidad de sentirnos bien o mal.

Los maestros de infantil, a veces, olvidamos o dejamos pasar por alto el importante papel que las emociones juegan en nuestras vidas; por eso es necesaria la educación emocional, para aprender a vivir con nuestras emociones, y no que las emociones dirijan nuestras vidas.

En los últimos años se viene hablando mucho de la inteligencia emocional (ie). El término inteligencia emocional hace referencia a las competencias para reconocer nuestras emociones, para controlar nuestras emociones, para motivarnos a nosotros mismos, para reconocer las emociones de los demás, y así establecer buenas relaciones con los demás.

Personalmente considero que la ie es una estupenda herramienta para educar, sobre todo porque mientras educamos a nuestros niños y niñas aprendemos a ir desarrollando esas competencias. Pero hay que recordar que la educación no es la purga de Benito, que todo lo que hacemos mientras educamos no da resultados inmediatos.

Las emociones son naturales, todas. El miedo, la tristeza, la ira, el odio, los celos, son tan naturales como el valor, la alegría, la calma, el amor, el altruismo. No hay que extrañarse de su aparición.

Un ejemplo: maestras y maestros suelen estar muy preocupados con las reacciones de ira, con las rabietas que a veces pueden presentar niños y niñas de educación infantil, y consultan cuál sería la manera de evitar la aparición de la ira, el enfado, la rabia. Yo les pongo el siguiente ejemplo: imagínate que tu pareja se presenta un día en casa acompañado de «otro u otra» y te dice: «Mira, cariño, este es fulanito o fulanita y viene a vivir con nosotros, pero yo te quiero mucho». Y a la hora de comer juntitos los tres, y de paseo juntitos los tres, y por la noche los tres juntitos… ¿cómo te sentirías? ¿Entiendes ahora la rabia, el enfado, la reacción de ira en tus niños?

“Las emociones son naturales, todas.
El miedo, la tristeza,
la ira, el odio, los celos,
son tan naturales
como el valor, la alegría,
la calma, el amor,
el altruismo.
No hay que extrañarse
de su aparición.”

Las emociones, por lo tanto, son naturales pero acarrean consecuencias, y por eso debemos enseñar a nuestros niños y niñas a que reconozcan qué es lo que están sintiendo. Si uno no reconoce que está enfadado, celoso, envidioso, o que está irritado, etcétera, ¿cómo va a poder controlar los celos, la envidia, la rabia?

Tenemos que reconocer lo que sentimos para poder controlar: lo que sentimos, lo que pensamos y cómo nos comportamos mientras esa emoción nos invade.

Las emociones están muy relacionadas con nuestro pensamiento. Algunas veces los adultos nos sentimos mal simplemente porque empezamos a pensar, y más que a pensar, a descontrolarnos, dándole vueltas a determinadas ideas negativas respecto a nuestros niños («ya empieza el mimoso», «no para ni un momento, me pone de los nervios»), e imaginando el peor de los escenarios posibles nos asustamos, nos paralizamos y sufrimos. Hay que controlar ese tipo de pensamiento, porque, a maestros y maestras, lo que nos da seguridad es saber cómo vamos a actuar.

Las emociones están muy relacionadas con nuestro comportamiento. Cuando me siento feliz, tranquilo, sosegado, me comporto de una manera parecida a como me estoy sintiendo. Pero al contrario igual, de manera que cuando me siento irritado, enfadado, asustado, entonces todos mis comportamientos están presididos por esas emociones. ¿No os parece un poco ilógico que sean nuestras emociones las que dirijan nuestros comportamientos?

¿Cómo ayudar a que nuestros alumnos sean emocionalmente inteligentes?

  1. Haciéndoles ver que sentir emociones es algo normal. Cuando digo «normal» quiero decir «natural». Es tan natural sentir rabia, celos, envidia, como sentir alegría, amor, etcétera. Las emociones en sí no son ni malas ni buenas, son respuestas ante una determinada situación. Lo bueno y lo malo de las emociones viene dado por las consecuencias que tiene en nuestra vida la manera en la que las manifestamos.
  2. Haciéndoles saber que las emociones que sienten, además de ser naturales, tienen un nombre. Enseñamos a nuestros niños y niñas un montón de conceptos de los objetos físicos y sociales que los rodean, pero en el terreno de las emociones, sobre todo en las mal llamadas emociones negativas, lo que les enseñamos es a decir «Estoy harto», «No puedo más», «Me va a dar algo», «Tengo un no sé qué», «No puedo más», etcétera. Sería más ilustrativo cambiarlo por «Estoy enfadado cuando…», «Estoy irritado porque…», «Estoy sorprendido», «Estoy contento…». Dar nombre a las emociones nos ayuda a saber qué es lo que estamos sintiendo en un momento determinado, y ese es un buen punto de partida para saber qué hacer.
  3. Explicándoles a los niños que se pueden sentir varias emociones a la vez. Uno puede estar enfadado por algo en concreto, pero no es necesario estar enfadado con todo lo demás. A veces estamos enfadados por lo que ha hecho un niño y nos comportamos como si estuviéramos enfadados con el mundo entero. Puedo estar enfadado con un niño porque no ha recogido lo que ha tirado al suelo, pero no necesito tener la cara de amargado todo el día.
  4. Ayudar a los niños y las niñas a que entiendan que entra dentro de lo lógico no querer reconocer determinadas emociones que presentamos. Nadie quiere reconocer que siente envidia –de la mala– ni ira ni otras emociones que tienen mala prensa y presentan una imagen negativa de nosotros, y los seres humanos queremos que los demás nos quieran y aprecien. Pero es fundamental reconocer lo que se siente para poder decidir posteriormente si debes o no controlarlo.
  5. Hacerles ver la relación que existe entre lo que pensamos, lo que sentimos y cómo nos comportamos. Esta relación entre pensamiento, emoción y conducta guía nuestra vida. Si pienso que soy competente me sentiré bien y actuaré de manera competente; si por el contrario pienso que soy inútil, me sentiré triste y no me atreveré a hacer cosas por temor a hacerlas mal.

Nada como nuestra cabeza para descontrolarnos: uno está tan tranquilo y alguien viene y nos saca de quicio. Mejor dicho, está uno tan tranquilo, viene alguien más o menos «impertinente» y nosotros mismos empezamos a azuzarnos, a atizarnos, con pensamientos del tipo «Verás este como me vuelva a decir, mira la cara que está poniendo», etcétera. Y os recuerdo que son nuestros pensamientos y no la conducta de los demás lo que nos descontrola.

No hay mejor disciplina que aprender a controlar la conducta. Si quieres que tus niños y niñas sean disciplinados, tendrás que enseñarles a autocontrolarse, y para ello se necesitan maestras y maestros que sean capaces de autocontrolarse.

 

¿Qué hace falta para autocontrolarse?

  1. Ser consciente de que te estás alterando, identificando lo más pronto posible señales que nos lo indican. Os recuerdo que el proceso de irse alterando es paulatino, pero la mayoría de las veces cuando nos queremos dar cuenta de que nos estamos alterando ya es tarde y no hay posibilidad de marcha atrás.
  2. Enseñar a los niños modelos correctos de expresión emocional. Para ello lo mejor es utilizar un lenguaje con frases descriptivas de la conducta: «Sé que hacer la ficha te cuesta trabajo y entiendo que no quieras hacerla, pero tú puedes conseguir hacerla y así te pondrás contento». Es mucho más apropiado que utilizar frases que describan nuestro estado emocional descontrolado: «Y yo estoy harto de aguantar tu pereza, tus modos, todos los días igual, que ya no sé qué hacer para que trabajes, que hasta que no me ves gritando no paras…» (¿te suena esto?).“No hay mejor disciplina que aprender
    a controlar la conducta.”
  3. La expresión emocional requiere, una y otra vez, utilizar pensamientos y palabras que guíen y controlen de forma correcta nuestra conducta. De esta manera nuestro pensamiento nos puede ayudar a controlar la impulsividad (no pensando en que le voy a dar con el cazo como siga tan pesado) y a controlar la ira (pensando sencillamente «no me voy a enfadar»).
  4. Cuando niños y niñas están más descontrolados es cuando más necesitan que sus maestros estemos controlados. Así les podremos enseñar cómo debemos actuar en situaciones parecidas sin necesidad de perder los papeles. Para afrontar situaciones adversas, difíciles, hace falta tranquilidad.
  5. Enseñar a los niños a generar emociones positivas. No se trata de estar todo el día «yupi», «qué guay»; se trata de reconocer y hacer explícitas aquellas cosas que nos hacen o han hecho sentir bien cada día. Así que, cuando los niños y las niñas estén modorros y discutan contigo, además de discutir, de vez en cuando haz explícito algo que te haga sentir bien respecto al discutidor, como por ejemplo «qué bien que no me he alterado».

 

¿Cómo enseñar autonomía emocional?

  1. Fomenta y favorece el desarrollo de la autoestima en tus niños y niñas. En la medida que una persona está más segura de sí misma, necesita menos de la aprobación de los demás. Destaca las competencias de los niños en vez de hacer énfasis en sus limitaciones, porque son nuestras competencias la medicina para nuestras limitaciones. No ignores sus limitaciones, pero resalta sus potencialidades. Y que te escuchen decírselo una y otra vez.“Autoestima, motivación, optimismo y resiliencia
    me permiten
    crear un acrónimo:
    amor, la mejor
    competencia para educar.”
  2. Los maestros orgullosos de sus niños y niñas trasmiten confianza y motivación. Para tener autonomía emocional hace falta que los niños confíen en ellos; así serán capaces de tener un buen criterio para decidir qué emociones quieren sentir, cuándo y cómo.
  3. El optimismo es una competencia fundamental para tener autonomía emocional. Un optimista no es un cándido, un optimista es alguien que sabe que vive en un mundo mejorable y se esfuerza, en la parte que le corresponde, por mejorarlo. Un optimista sufre contrariedades igual que un pesimista, pero se niega a ser un testigo pasivo de lo que ocurre a su alrededor. Y además tiene una razón para su optimismo: sus niños y niñas. Para educar hace falta optimismo y sobra pesimismo. El optimista que educa no espera pasivamente que vengan los tiempos «buenos»; el optimista que educa confía en el valor de la educación, lo ejerce y lo trasmite. Actúa más y critica menos. Un optimista no está sonriendo a todas horas. Llora y sufre como el que más, pero con la diferencia de poner el énfasis en sus posibilidades de acción en vez de en lo que tienen que hacer los otros.
  4. Y por último, la autonomía emocional requiere enseñar a niños y niñas a afrontar las adversidades. Los seres humanos nacemos con la mayor adversidad que tiene un ser vivo: morirse. Hemos de enseñar a los niños que sufrir, el malestar, el dolor, la frustración, etcétera, son parte de la vida real de los seres humanos y además son una parte natural. Es una enseñanza difícil porque el sufrimiento de los niños nos afecta, pero te recuerdo que educamos para las duras y las maduras. Por eso hay que enseñar a los niños que vivir es también hacer frente a la adversidad. A esto se le llama ser resilientes.

Autoestima, motivación, optimismo y resiliencia me permiten crear un acrónimo: amor, la mejor competencia para educar. Esto es lo que tiene educar, que solo se puede practicar con los que amas. ¿No crees que merece la pena el esfuerzo?

¿Difícil? Pues claro que sí. Si fuera fácil yo no estaría escribiendo este artículo ni tú leyendo desesperadamente. ¿Posible? Pues claro que sí, pero ponte a ello. Hazte el propósito de controlar tus emociones. Controla tu pensamiento. Un poco de sordera transitoria viene bien en estos casos. Y si al final no te has enfadado ni te has alterado, ponte una medalla: ¡tienes poderes! Pero estos poderes solo te sirven para educar.

Carlos Pajuelo, orientador, director del Equipo de Atención Temprana de Badajoz.
Administra el blog de la Escuela de Madres y Padres.

 

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