Infancia y sociedad. Escolas rurais

Cuando hablamos de escuela rural, se dibuja en nuestra mente una escuela ubicada en un enclave natural, único, en el que se desarrolla una educación activa a través de la que se le devuelve al niño aquello que es suyo: el contacto con la naturaleza. Esto permite recuperar el asombro de observar la caída de las hojas en otoño, el recorrido de una hormiga, de escuchar el sonido de la lluvia, algo que podríamos identificar con aprender en una realidad 3D, más allá del libro y de las fichas. Este entorno, en cierta manera, nos evoca al Don Aurelio de La lengua de las mariposas y es un elogio a la libertad, al asombro, al respeto y al compromiso, características inherentes a toda persona que se dedica al magisterio de corazón.

La escuela rural, aun a pesar de los no siempre deseables efectos de la globalización, conserva señas de identidad propias. Podrí­amos decir, además, que en Galicia es uno de los últimos reductos que trata de garantizar una idiosincrasia y una cultura autóctonas, que en las ciudades tiende a disolverse frente al alto ritmo marcado por la implantación de los centros comerciales y la adquisición de la «cultura del bienestar» norteamericana.

Para entender en qué medida la evolución de la escuela rural determina de forma significativa el actual sistema educativo en Galicia, es necesario comprender las peculiaridades orográficas y lingüísticas gallegas. Debe­mos pensar que la gran diseminación poblacional, antes de la Ley Gene­ral de Edu­ca­ción de 1970, hacía muy complicado que la educación –no obligatoria por aquel entonces– estuviese concentrada. Existían en aquel momento escuelas rurales, llamadas «unitarias», donde confluían en un mismo espacio educativo niños y niñas de muy diversas edades, que podían ir desde los 3 a los 15 años. A partir de 1970 se comenzaron a construir escuelas más grandes, con aulas diferenciadas por edades, pero que implicaban una estructuración muy importante del transporte escolar, dada, como decíamos, la gran dispersión poblacional. Estos centros serán los llamados centros comarcales. Posteriormente, en el año 1982 la Administración educativa de Galicia decidirá recuperar muchas de las escuelas unitarias que se cerraron en el proceso anterior. En el año 1988 va a aparecer un nuevo concepto de educación rural: el Colegio Rural Agrupado (cra), modelo del que son pioneros los centros de Teo, Narón y Santa Comba.

Se conformaría así la triple modalidad de lo que en la actualidad podríamos entender por educación rural en Galicia: las escuelas unitarias, en las que en un mismo grupo conviven criaturas de 3, 4 y 5 años; los colegios rurales agrupados, en los que además de los niños y las niñas de Educación Infantil se incluye el primer ciclo de Primaria, y los centros «comarcalizados», en poblaciones rurales de mayor tamaño, que escolarizan a niñas y niños desde Infantil hasta Secundaria, distribuidos por edades.

A partir de este punto, la evolución y el desarrollo de los tres modelos de educación rural fueron dispares en toda Galicia. Por lo que se refiere a las escuelas unitarias, a partir de la década de 1990 comenzó una lenta y progresiva desaparición de las mismas. Según datos del Diario Oficial de Galicia, en el curso 2001-2002 estaban funcionando 423 escuelas unitarias, y una década después, en el curso 2011-2012, el número de escuelas unitarias abiertas era de 165. Desde entonces y hasta el curso pasado, el cierre de escuelas ha sido una constante, como demuestra este gráfico extraído de un artículo que publica sobre el tema David Lombao en el diario gallego Praza Pública.1

 

Escuelas unitarias cerradas por la Xunta

 

“El centro comarcal de concentración de niños y niñas es en muchas zonas el claro reflejo de la crisis del mundo rural, del abandono de pueblos y aldeas en busca de las oportunidades de empleo que ofrecen las ciudades y del descenso de la natalidad”

 Desde su aparición, el modelo cra vive un aumento progresivo de centros, hasta que en el curso 2007-2008 se estanca con la creación del último, el de Monterrei, en Ourense. En la actualidad existen 27 cra en toda Galicia, cantidad a la que se reducen en el curso 2011-2012, y esta cifra se mantiene hasta la actualidad.

Por otra parte, el centro comarcal de concentración de niños y niñas es en muchas zonas el claro reflejo de la crisis del mundo rural, del abandono de pueblos y aldeas en busca de las oportunidades de empleo que ofrecen las ciudades y del descenso de la natalidad, especialmente en las provincias de Lugo y Ourense. Ejemplos significativos de ello pueden ser los de poblaciones como Calvos de Randín y Os Blancos, en la comarca de A Limia, en Ourense. La población de estos concellos superó los tres mil habitantes a mediados del siglo xx, en la década de 1980 sus centros educativos tenían una matrícula que superaba los trescientos alumnos y, sin embargo, en el curso 2015-2016, el ceip de Nosa Señora do Carme de Calvos de Randín tuvo que cerrar y concentró el poco alumnado que le quedaba en el ceip Os Blancos, que en la actualidad cuenta con una matrícula que no alcanza la treintena de niños y niñas. Esta situación se repite, como decíamos, sobre todo en las provincias de Lugo y Ourense, con lo cual sobreviven edificios mastodónticos con capacidad para albergar a más de trescientas personas en los que en el mejor de los casos apenas hay una treintena de usuarios. Son, en definitiva, tan solo recuerdos de lo que en un tiempo fue el rural, algo que a día de hoy parece muy difícil recuperar.

En las provincias de A Coruña y Pontevedra, el asunto ha evolucionado de manera diferente. Debido a su mayor densidad poblacional y a la cercanía de las grandes urbes gallegas, cada vez son más las familias que deciden buscar un «nuevo» estilo de vida, apegado a la tierra, facilitado por las posibilidades que ofrece el enriquecimiento de ciertas zonas del rural. Un ejemplo de esto es el cra Antía Cal, situado en el concello de Gondomar, al sur de Vigo, que ha visto como en poco tiempo su matrícula ha pasado de los 67 niños y niñas, en el año 2016, a los 102 que tiene en la actualidad.

Frente a los maestros de las urbes –algo más acomodados y preocupados por la creciente intromisión de las familias en la decisión de cómo se debe educar a sus hijos–, a los que les cuesta plantearse modelos educativos que rompan con la tradicional adquisición de contenidos del pasado, aparece un conjunto de maestros más dinámicos y en ocasiones más jóvenes, que busca innovar con metodologías activas y cercanas al medio en el que se encuentran, aprovechando no solo el entorno natural de los centros, sino también la conexión con el futuro que las tic e Internet permiten llevar a cabo, todo ello en complicidad con familias más respetuosas con la profesionalidad de los docentes.

“Aparece un conjunto de maestros más dinámicos y en ocasiones más jóvenes, que buscan innovar con metodologías activas y cercanas al medio en el que se encuentran, aprovechando no solo el entorno natural de los centros”

Ese es quizás uno de los beneficios de los centros rurales, que, junto con la renovación más constante de los claustros, permite llevar a cabo con sus niños y niñas cambios significativos en tiempos menores que los centros urbanos. Por otra parte, la disminución de la ratio de alumnado permite que la atención pueda ser más personalizada, respetando el momento evolutivo de cada niño y dando respuesta a los distintos estilos de aprendizaje. Un claustro de profesorado menos numeroso favorece, además, la realización de proyectos educativos interdisciplinarios y el empleo de pedagogías activas como motor del aprendizaje.

Otro de los beneficios destacados es la aparición de múltiples especialistas, lo que en muchas ocasiones propicia la existencia de más de un docente en clase. Añadiremos, además, que en la escuela rural se lleva a cabo una integración amable de las familias en la vida de la misma, haciéndolas partícipes de las tradiciones de manera que las vivencien de forma conjunta con los niños y las niñas.

A pesar de lo dicho hasta aquí, no debemos olvidar lo dificultoso que en ocasiones se hace acceder a determinadas escuelas rurales de la montaña lucense u ourensana, con unas vías de comunicación precarias, de tal manera que en la temporada de invierno llegar a los centros se convierte en una actividad de riesgo, tanto para niños y niñas como para los maestros. A modo de anécdota, recordaremos que hace no tantos años, concretamente a mediados de la década de 1990, para llegar al ceip de Negueira de Muñiz, en Lugo, los niños y las niñas, después de una buena caminata por el monte –que en algunos casos alcanzaba la media hora–, se juntaban en la orilla del río para cruzarlo en un bote con remos. Una vez alcanzado el otro lado, un padre los acercaba a un todoterreno, que era su transporte escolar, y que facilitaba su llegada al colegio.

“La disminución de la ratio de alumnado permite que la atención pueda ser más personalizada, respetando el momento evolutivo de cada niño y dando respuesta a los distintos estilos de aprendizaje”

La idea de aislamiento nos lleva a reflexionar sobre la problemática de la adaptación social en estos entornos educativos. En el caso de las escuelas unitarias, es habitual observar a posteriori dificultades de adaptación de aquellos niños y niñas que durante tres años estuvieron en un entorno muy protegido, conviviendo con un número limitado de compañeros de edades inferiores. Al llegar a primero de Educación Primaria –o a tercero, en el caso de los cra–, se enfrentan a un duro proceso de adaptación, tanto social como académico, que en muchos casos suele ser complicado, debido en parte a las características psicológicas de los niños y las niñas a esa edad, marcadas por un fuerte egocentrismo y también por la falta de modelos en edades superiores.

Además de todo esto, en el caso de Galicia existe un factor de gran trascendencia que difiere mucho entre la escuela rural y la urbana: el idioma. La lengua gallega fue tradicionalmente una importante seña de identidad de la escuela rural, pero en la actualidad estamos asistiendo a una «globalización lingüística» producto en parte de la influencia en nuestros niños de la todopoderosa televisión. Hoy en día se ha vuelto normal el hecho de que exista un televisor en la habitación del niño o la niña, y el acceso, cada vez más temprano, a Internet y a las redes sociales. Esto nos lleva a plantearnos la constante lucha que el modelo educativo rural mantiene por no renunciar a su identidad propia y el efecto que el modelo urbano provoca en la idea de convertir a todos los niños y las niñas en ciudadanos globalizados.

De todo lo dicho anteriormente quizás extraigamos una visión pesimista respecto al futuro de la escuela rural en Galicia, sobre todo atendiendo a las estadísticas y a las noticias de prensa referidas al cierre de nuevas escuelas rurales, mientras que la mayor parte de niños se concentran en los centros comarcales, que en parte tienden a imitar el modelo urbano. Hay que pensar, a pesar de ello, que algunas de las pequeñas escuelas que cerraron sus puertas no quedaron en desuso gracias al interés de determinados colectivos del ámbito educativo. Este es el caso de la unitaria de San Xoán do Alto, en Lugo, cedida a la asociación educativa Nenea en 2015, que persigue una educación activa a través de la naturaleza y el arte, basada en el respeto a la autonomía y a los diversos ritmos de desarrollo desde la equidad de género.

Tras todo lo dicho hasta aquí, quizás debamos empezar a plantearnos si a las administraciones educativas les interesa el mantenimiento de un modelo público rural que en ocasiones es caro de mantener y difícil de organizar y gestionar, y en cierto modo todo apunta a que la continuidad de la escuela rural solo estará garantizada en aquellos centros de infantil y primaria más cercanos a grandes poblaciones.

 “Algunas de las pequeñas escuelas que cerraron us puertas no quedaron en desuso gracias al interés de determinados colectivos del ámbito educativo”

 

No hay duda de que la crisis económica y el cambio de ley educativa sirvieron como excusa para apurar un poco más la defenestración del modelo educativo propio de una sociedad gallega eminentemente rural. En la sociedad actual, la educación no puede basarse en metodologías propias del siglo xix e incluso, en algunos casos, en modelos prusianos del siglo xviii. La educación debe transformarse metodológicamente, y son las escuelas rurales las que hoy por hoy ofrecen esta oportunidad de cambio.

Para que esto suceda y la escuela rural se convierta en el epicentro del cambio, deberá existir una transformación profunda en el sistema de formación y selección del profesorado y un compromiso claro por parte de las administraciones de dotar un modelo de calidad que garantice el futuro del modelo poblacional de Galicia. Ello pasa, en parte, por reducir los altos niveles de interinidad e itinerancia de los maestros que forman parte de los claustros de las escuelas rurales.

“La educación debe transformarse metodológicamente, y son las escuelas rurales las que hoy por hoy ofrecen esta oportunidad de cambio”

 

 Como comentamos anteriormente, en la actualidad existen varios núcleos de transformación del modelo educativo rural, fundamentalmente en las provincias de A Coruña y Pontevedra. De la capacidad de puesta en valor de los profesionales que los conforman, de la complicidad activa de las familias y de los recursos para crear líneas de acción conjuntas que pongan en valor estas pequeñas escuelas dependerá ya no solo la supervivencia del modelo educativo rural, sino el éxito de la transformación metodológica educativa, que ya lleva demasiadas décadas de retraso.

Frente a todo ello, una sociedad que nos muestra un futuro incierto y lleno de grandes y apasionantes cambios. Es, sin duda alguna, nuestra responsabilidad preparar correctamente a los niños y las niñas para hacer frente a esto.n

Cristina Méndez Arosa, maestra de Educación Infantil del ceip O Piñeiriño de Vilagarcía de Arousa.
Roberto Maquieira García, orientador del ceip Coirón de Dena.
Javier Prado Espiñeira, maestro de Audición y Lenguaje del CPI Mosteiro de Meis.

 

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