Qué vemos, cómo lo contamos. El llanto

El estremecimiento replicado en el llanto. ¿Desconsolado? Coral sabe que no, que tiene toda la capacidad y serenidad para acompañarlo con el ajuste idóneo de su mirada, su gesto y su silencio, el ritual que Ayman necesita para reencontrarse. Soy un privilegiado por percibir su danza a una musicalidad que los adultos prácticamente hemos perdido la capacidad de escuchar.

Esas manos, esas miradas, ese caminar perfectamente acompasado que le hace llegar hasta el juego, el que todo lo cura, lo construye y vuelve a redefinir. Sentidos que se activan y no forman parte del grupo de los cinco, que permiten ajustar el cuerpo, el tono y los ritmos con una idoneidad aparentemente simple pero propia de la complejidad del mejor acompañamiento emocional.

Coral era su pareja de baile. Él deseaba lo que necesitaba y ahí lo tuvo. ¿Casualidad? Nada tan complejo y a la vez tan armonioso es fruto del azar. Ella, inmediata para acoger la rotura a su tejido emocional, trazando una costura con puntadas que no cosen, sino que regeneran, que otorgan mayor fortaleza y seguridad a cualquier niño que las reciba.

El transcurrir de su camino desde el llanto los dirige a jugar en la intimidad y la complicidad de saber que hay algo importante que se juegan. Que no se trata solo de construir lo visible, sino de volver a rearmar algo que por un momento se ha visto dañado. Caerse y levantarse. Tirar y construir, ahora, con más estabilidad. Jugar es muy serio, y concebir como adultos la trascendencia de las relaciones en el halo de lo lúdico nos compromete a preservar estos espacios virtuales de la vorágine en la que la infancia se encuentra inmersa.

Las manos, la mirada y la boca, la cual apunta atisbos de placer y bienestar por volver a ser quienes eran y poder poner un punto y seguido en la aventura de la vida, sellando el relato del estremecimiento y su reparación con una mirada que, desde la distancia, solo busca reafirmar mutuamente que ahí están, que ahí se reencontrarán si se vuelven a necesitar.

Solo será necesario escuchar un alma que pide ayuda para volver a ser quien tú quieras. Sobre unas relaciones humanas que soportan el corazón de quien lo ofrece generosamente para ser sostenido.

Desde la puerta se despiden sin hablar, con calma. Con la mano de Ayman acariciándose la oreja para ayudar a su oído a acoger todo ese mensaje como si de bellas melodías se trataran. Quizás lo fueron. Solo ellos lo saben. 

Sergio Díez Pérez, maestro de educación infantil
del CEIP Dobra de Viérnoles, Cantabria.

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