Escuela 0-3. ¿Qué hacen los niños y las niñas de 1 a 3 años?

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Conocer las características y el momento madurativo en el que se encuentran los niños y las niñas de 1 a 3 años nos permite preparar los espacios y materiales ajustándonos a sus necesidades reales. Si observamos al niño cuando juega libremente, veremos cómo nos marca el camino a seguir, un camino que nos lleva a crear un entorno que acoge su curiosidad innata desde el cuidado, la simplicidad y el valor de la vida cotidiana.

Durante los primeros años de vida, los niños están en una etapa de acción, elaboran su pensamiento haciendo. Es por eso que se trata de un momento evolutivo donde el juego y el movimiento libre son tan esenciales. La inteligencia y el desarrollo del ser humano se van creando a partir de esta sensoriomotricidad de los primeros años.

Esta etapa también se caracteriza por la imitación. ¿Y qué imitan las niñas y los niños pequeños? Pues a las personas que tienen alrededor, a sus referentes. Por lo tanto, madres, padres, otros familiares y maestras tenemos que estar atentos al modelo que ofrecemos. Si somos buenos observadores, nos podremos ver reflejados más de lo que pensamos en sus acciones.

A continuación presentamos algunas de las cosas que hacen los niños de estas edades, entendiendo que no se trata de procesos lineales y que, por lo tanto, siempre tenemos que hablar de edades aproximadas y de periodos flexibles.

De 1 a 2 años el niño se mueve mucho
para conocer el mundo
• Se inicia la imitación.
• Muestra interés por la actividad del otro.
• El juego paralelo es el juego por excelencia: «Juego a tu lado, pero esto no quiere decir que comparta mi proyecto.»
• Conquista la verticalidad.

Los pequeños en este momento pueden manipular dos objetos a la vez. Cuando se interesan por un objeto lo miran, lo tocan, lo lamen, lo golpean para descubrir el sonido que emite, juegan a dejarlo caer y recogerlo, lo empujan y lo van a buscar, lo meten por agujeros… ¡Lo exprimen buscando infinitas posibilidades!

Poner objetos dentro de otros se convierte en una pasión. Si tienen la oportunidad, lo practicarán una y otra vez. Meter objetos en cajas, boles u otros recipientes, levantarlos, sacudirlos, vaciarlos, golpear… Y volver a empezar, tanto en el mismo momento como al cabo de unas horas o, incluso, de unos días… Cada vez se propondrán retos más difíciles. Muchas veces no les saldrá lo que se plantean, pero, aunque no siempre tengan éxito –desde el punto de vista del adulto–, lo disfrutarán y aprenderán. A partir de la libre manipulación y la experimentación del propio cuerpo, su cabeza está realizando procesos mentales de reconocimiento, deducción, anticipación, memorización, establecimiento de relaciones entre objetos…

Con la experiencia de ir reconociendo los diferentes objetos, irán creando nuevas formas de juego como filas, seriaciones, clasificaciones, construcciones… En esta etapa es muy posible que empiecen a hacer pequeñas «colecciones» en las que para ellos será importante el «todo» de lo que crearán. De vez en cuando vemos que alguno va cargado de piezas iguales, quizás ha recolectado todos los coches que ha encontrado, y cuando se acerca otro niño porque también quiere uno, se niega del todo a dejárselo. En las estancias de las escuelas infantiles, también es habitual encontrar en algún rincón un conjunto de elementos aparentemente abandonado, pero, cuando alguien se acerca para coger una pieza, aparece el propietario defendiendo su «colección». Y es que, claro, su colección pierde sentido sin aquel coche o aquella pieza. Pero, ¿y los adultos? ¿Estamos dispuestos a compartir nuestros «tesoros»? Habitualmente no compartimos con otros si no son de nuestro contexto familiar, ni las cuentas bancarias, ni la compra que llevamos en el carro, ni el coche, ni siquiera la barra de pan que compramos en la panadería. Plantearnos estos interrogantes puede ayudar a empatizar con lo que sienten los niños y las niñas cuando se encuentran en estas situaciones. Cuando empatizamos desde el corazón, nuestro acompañamiento toma otro sentido.

También es un momento en que disfrutan del juego de «hacer desaparecer objetos» tapándolos y reencontrándolos. El juego del cucú-tras tiene bastante éxito. Seguro que, cuando lo descubren, lo piden de forma reiterada. Estos tipos de juegos tienen éxito porque los ayudan a entender que una cosa no desaparece aunque no la puedan ver. Los adultos lo tenemos muy asumido, pero ellos tienen que construir este conocimiento y, como es tan sumamente importante, ¡lo repiten muchas veces para estar seguros! Como pequeños investigadores, verifican la realidad una vez tras otra para poder creerla.

Hacia los 2 años se inicia la imitación del adulto. En el juego hacen gestos similares a los que ven en el adulto: dar de comer, tapar para dormir, mimar… Son algunas de las primeras acciones imitativas que hacen. Lo que ellos viven, lo reproducen físicamente y, así, lo elaboran mentalmente.

Como ya hemos dicho, el movimiento es esencial en esta etapa. Resulta increíble ver cómo ponen a prueba sus capacidades motrices y nos sorprenden con nuevas adquisiciones y movimientos inesperados. Del mismo modo, es un momento en el que también les gusta el recogimiento, sentir un límite físico junto a ellos. Si tienen ocasión, buscarán espacios para esconderse o ponerse dentro, taparse con mantas o cubrirse de almohadas…

Algunos materiales a tener en cuenta
• Materiales pensados para la manipulación: contenedores y contenidos a poder ser de material de calidad, que tengan cierto valor estético y que aporten al niño experiencias y sensaciones diversas, como elementos procedentes directamente de la naturaleza –conchas, troncos, piedras, semillas, piñas, agua…–, elementos procesados de ropa, metal, madera…
• Materiales pensados para dar respuesta a la necesidad motriz: pelotas de tela, materiales blandos (para poder picar, construir o lanzar) y módulos motrices, preferiblemente duros para generar estabilidad en el movimiento y así no desequilibrar aquellos movimientos que todavía no están del todo integrados (recordemos que es una etapa en la que la conquista de la verticalidad es protagonista).
• No hemos de olvidar aquellos recursos en los cuales no nos hace falta ningún material, como los juegos de regazo, los mimos, juegos de dedos, las rimas con movimiento…, que nos darán momentos de relación, de «llenarnos» los unos de los otros, para poder llevar mejor los momentos de separación.

De 2 a 3 años el niño es capaz de inventarse el mundo
• Se inicia el juego simbólico.
• Empiezan a aparecer situaciones más cooperativas.
• El juego y el movimiento cada vez son más ricos y elaborados.

La imitación que realizan cada vez es más precisa. Lentamente esta imitación se va convirtiendo en simbolismo, y con el tiempo acabará convirtiéndose en un juego de roles. Los niños y las niñas escenifican situaciones de la vida cotidiana que viven de forma cercana: por eso tiene sentido tener espacios que recreen lo que les sea más familiar. Y ¿qué es lo más cercano para los niños y niñas? El contexto familiar es realmente su experiencia de vida más significativa. Por eso en este momento de vida lo más adecuado es ofrecer espacios que escenifiquen esta realidad, como un espacio ambientado en una casita o la cocinita, huyendo de otras realidades alejadas o descontextualizadas para ellos. Simbolizar les ayuda a entender, a elaborar la realidad, y los acerca a aquello que necesitan. Cuando están en la escuela, muchas veces llaman por teléfono a sus familiares cogiendo una pieza de madera. Así los acercan cuando los tienen lejos.

Es posible que necesiten muchos objetos iguales, puesto que sus «colecciones» pueden crecer y las construcciones que realizan son cada vez más elaboradas.

En este momento evolutivo, vemos cómo los niños y niñas tienden a repetir sus juegos, sus acciones o sus pequeños rituales: por ejemplo, en el momento de dormir, poner su muñeca de una determinada manera; si les gusta una canción, repetirla una vez tras otra sin cesar; pedir su cuento preferido reiteradamente… Y así con muchas de sus preferencias o acciones. La repetición da seguridad y ayuda a la integración de conceptos. Y tiene este valor de dar seguridad y ayudar a integrar conceptos cuando surge de forma natural mediante la vida cotidiana o desde la voluntad del niño. Estas situaciones son muy diferentes de cuando hay acciones mecanicistas del adulto con el objetivo de enseñar conceptos: en este caso, la repetición no tendría el mismo valor.

Por lo tanto, a medida que van repitiendo vivencias desde la naturalidad, van integrando conocimiento. Como profesionales, conviene recordarlo cuando tenemos que poner los límites y vemos que es la décima –o milésima– vez que lo hacemos. Hay que recordar que cada vez que repetimos un límite estamos más cerca de conseguir que lo integren completamente. Su cerebro es todavía inmaduro, y por eso la integración de límites es progresiva.

La manipulación gana posibilidades y precisión. Es un momento ideal para manipular materiales en bandejas, hacer trasvases o iniciarse a modelar. La arena y el agua son elementos fantásticos para manipular y, además, aportan equilibrio y calma.

En cuanto al movimiento, hay mayor control del cuerpo y siguen desplegando todo su impulso motriz. En este momento toman importancia los equilibrios, los saltos y los movimientos más complejos, y los retos más complicados. ¡Son pequeños trepadores y escaladores!

Algunos materiales a tener en cuenta
Al material ya mencionado, se le puede añadir el espacio de la casita o de la cocina; elementos para jugar libremente a transformarse –sombreros, ropas, bolsas de telas…–; bandejas con arena y objetos cotidianos como coladores, cucharas, embudos; elementos para modelar como el barro, la pasta de sal…

Los objetos cuanto más sencillos mejor, puesto que de esta manera ofrecen más posibilidades al niño. ¡Objetos pasivos, mentes activas!

Más allá de las recetas
Una de las características principales de la relación con los niños y las niñas es la imprevisibilidad: todos los que acompañamos criaturas sabemos que no existen las «recetas mágicas», porque cada niño y cada situación son únicos. Sin embargo, conocer las características de la etapa y el trabajo personal de acoger con amor, paciencia y respeto la complejidad de las situaciones en las estancias puede ayudar mucho.
En lo que a esto se refiere, algunos aspectos para tener presentes:

• Las niñas y los niños de estas edades están en una etapa egocéntrica y dejarán de actuar impulsivamente a medida que vayan teniendo recursos para hacerlo. Las herramientas necesarias para gestionar los conflictos y las emociones se adquieren de manera progresiva y en ningún caso podemos dar por hecho que, en la etapa 0-3, han de estar en un punto cercano a lograrse.
• Convivir con todas las emociones sin ahogarnos es un aprendizaje que no acaba nunca. Empatizar con los pequeños en situaciones difíciles en lugar de reprimir las emociones nos ayudará (el típico «no pasa nada» tiene la función encubierta de reprimir las emociones; es mejor hacer uso de la empatía, puesto que siempre pasa algo). A veces no podemos dar lo que nos piden, pero siempre nos podemos mostrar empáticos: «Entiendo que quieras X, esto te gusta mucho, pero no te lo puedo dar». Y no vale solo con decir la frase, hemos de empatizar realmente con su emoción.
• A los adultos nos puede ayudar revisar anécdotas que hemos vivido, resueltas con más o menos empatía, y reflexionar sobre cómo acabaron.

• Analizar los conflictos que surgen en las estancias y reflexionar nos permite ver si tenemos algún margen de maniobra preventivo para evitar algunas situaciones. Por ejemplo, en lo referente a las «colecciones», es posible que en grupos numerosos de niños y niñas se puedan generar conflictos. Una medida para evitarlo es disponer de material suficiente, pero no siempre todo a su alcance. Si sabemos que algún niño tiene tendencia a coleccionar un tipo concreto de material, podemos tener una parte guardada. De esta manera, si otro niño también necesitara el mismo material, podríamos ofrecérselo. Un exceso de material en la estancia puede crear caos y generar un juego que invite a lanzar y esparcir. Es recomendable tener material guardado para poderlo ofrecer en caso de necesidad y tener menos cantidad presentada.
• También podemos analizar el modelo que ofrecemos, y ser conscientes que a veces pedimos o esperamos cosas de los niños y las niñas que nosotros no damos o hacemos. Por ejemplo, cuando ellos nos llaman, no todas las veces acudimos a la primera o les decimos «un momento» o «ahora no puedo, que estoy atendiendo a X», pero, cuando les pedimos que vayan a realizar alguna acción porque estamos disponibles, ¡queremos que dejen lo que están haciendo (ahora que jugaban…) y vengan rápidamente!
• Los adultos también tenemos que empatizar con nosotros mismos. Encontrar momentos de autocuidado, escuchar y entender nuestras emociones y sentimientos nos ayudará en el camino con las criaturas. Como en los aviones, en los que, antes de poner la máscara de oxígeno a los niños, uno se la tiene que poner a sí mismo. En momentos intensos dentro de la estancia, de caos, llantos o energía desbordada, a menudo podemos actuar de manera más efectiva, productiva y respetuosa si nos tomamos unos minutos para respirar, observar y ordenar nuestras ideas y prioridades.
• Cultivar una actitud positiva y alegre, que es fuente de vida y de aprendizaje. No olvidar nunca que somos un modelo.

Raquel Oropesa y Nora Hernández Herrera,
educadoras de la EBM. Petit Univers.
ebmpetitunivers@gmail.com

Bibliografía
Herran, Elena (editora). Claves de la educación Pikler-Lóczy. Compilación de 20 artículos escritos por sus creadoras. Budapest: Pikler, 2018.
Stern, André: Jugar. Albuixec: Litera Libros, 2017.

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