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El patio era como un lienzo en blanco, había zonas cementadas y muchas zonas sin definir, propias de una construcción recién acabada. Ahí empezó nuestra andadura, con un dilema, una gran oportunidad de aprendizaje y un inmenso abanico de posibilidades, tantas como una paleta de colores. ¿Qué hacer? Todo estaba por definir, debatir, consensuar, diseñar…
Érase una vez una escuela que tuvo el privilegio de nacer con un espacio-patio prácticamente «vacío». No había ningún elemento de juego excepto el propio espacio en sí mismo.
Como profesionales de la educación, teníamos el deber de apostar por un espacio coeducativo, transformador y que sobre todo debía girar en torno al desarrollo pleno y los derechos de la infancia, en el que las niñas y los niños fueran los protagonistas.
Toda la comunidad educativa participó investigando, potenciando y respetando los diferentes procesos para desarrollar un proyecto de innovación en torno a este espacio exterior, ya que teníamos claro que iba a ser una continuación de nuestra tarea educativa.
Queríamos que la definición del patio y su planificación fuera su seña de identidad y, a su vez, un reflejo del proyecto educativo del centro. Desde ese momento comenzamos a «soñar» con los niños y las niñas y sus familias, y pasamos a propuestas visibles y reales. Rápidamente tomamos conciencia de que iba a ser un espacio que debíamos cuidar y respetar entre todos.
Queríamos un patio integrador, coeducativo y que no permitiera espacios de poder, sino que permitiera, cuidara y mimara la calidad y equidad en las relaciones entre iguales. Y además, que el balón no fuera el protagonista.
Nos gustaría resaltar la siguiente cita, que tuvimos presente durante todo este proceso:
«El uso del espacio no es igualitario, y se halla regido por relaciones de poder generalmente invisibles que hay que modificar, dado que de otro modo van a perpetuar las diferencias de trato entre los individuos en función de su sexo.
»Pero miramos el patio de juegos y no vemos nada especial. Tumulto infantil. Unos niños juegan al fútbol, otros corren por los rincones. Algunas niñas sentadas en un corro al fondo. Cada uno y cada una a su aire, según parece.
»Así que ¿dónde está el sexismo? Tendremos que aprender a descubrirlo; y, para hacerlo, tendremos que aprender a mirar, a investigar, a entender.
»Para poder cambiar las relaciones y llegar a la práctica de la coeducación, haciendo que las niñas y los niños tengan sus propios espacios, sus propios tiempos, sus formas de expresión distintas, pero con igual capacidad de ser tenidas en cuenta, y que vayan intercambiándolas, aprendiendo unas de otros, otros de unas. Solo así podremos romper los viejos moldes que nos aprisionan y conseguir que las nuevas generaciones sean más libres y puedan aprovechar toda la riqueza de lo humano sin verse constreñidas por el hecho de haber nacido mujer o varón en una sociedad sexista»
Amparo Tomé y Marina Subirats, Balones fuera.
Fue un proceso con una duración de todo un curso escolar, muy enriquecedor y con diferentes fases. Contamos con la implicación de todos los niños y las niñas –en aquel momento solo infantil–, maestras, familias, otras entidades de Navarra –Escuela de Artes y Oficios…–. En toda esta andadura, la simbiosis de todos los agentes de la comunidad educativa fue esencial.
Todos somos conscientes que la naturaleza es un bien a respetar y a cuidar, pero cuando la queremos hacer nuestra dentro de un patio escolar nos encontramos con muchas trabas, impedimentos… Algo tan simple como cortar la hierba, ¿de verdad esto es un problema cuando hay estudios que avalan que el contacto con la naturaleza es imprescindible en el desarrollo de toda la sociedad, de las personas y de sus procesos personales, incluso para sanar los cuerpos, tanto física como mentalmente?
Al mismo tiempo, en los barrios y en la ciudad se estaban implantando parques, pero ¿por qué todos los parques eran iguales, similares o muy parecidos? Parecían espacios clonados, que limitan la imaginación y la creatividad en el juego.
Por fin, casi todos estos sueños se han ido haciendo realidad, y entonces llegó esta situación tan surrealista y dura que estamos viviendo, la pandemia actual. De esta manera, dimos comienzo a este curso escolar lleno de incertidumbre, dudas e inseguridades, pero con la certeza de que iba a ser un curso diferente, especial, y que como maestras iba a suponer un gran reto y una inmensa oportunidad.
Esta pandemia ha agitado todas nuestras vidas y nuestras mentes, y teníamos que darle la vuelta a la tortilla.
Día a día fuimos observando la necesidad de los niños y las niñas de salir al exterior y estar más en contacto todavía con la naturaleza, siendo conscientes y sabiendo que veníamos de un largo y duro confinamiento. Todos los días íbamos constatando que niños y niñas tenían mucha energía contenida, que habían ido acumulando en todos estos meses anteriores.
Necesitábamos disfrutar y experimentar con más sensaciones: rodar por la hierba haciendo la croqueta, buscar los casi imposibles tréboles de cuatro hojas, buscar tesoros inimaginables, hacer saltos y equilibrios como trapecistas… Tocar la naturaleza con nuestras propias manos, sin necesidad de intermediarios…
No se nos podía olvidar que estos espacios naturales son una fuente infinita de aprendizaje significativo y necesario para el desarrollo de los procesos de todas las niñas y los niños, pero sobre todo un espacio para disfrutar y gozar.
«Jugar para un niño es la posibilidad de recortar un trocito de mundo y manipularlo.»
«Mientras el adulto juega para divertirse el niño juega para jugar.»
«Del juego libre solo tenemos que saber lo que nuestros hijos e hijas solo nos quieran contar.»
Francesco Tonucci
¿O seguimos viviendo estos instantes como un momento de mero recreo?
La realidad es que el juego es el motor de aprendizaje de nuestros más pequeños, y más aún si este espacio exterior no tiene límites en cuanto al desarrollo del propio juego.
Nos gustaría relatar a continuación una serie de vivencias y de experiencias que los niños y las niñas viven en nuestra escuela día a día, pero que este año se han hecho aún más visibles.
Fue un día del mes de marzo cuando Irati vino con unos «fósiles» y nos dijo:
–¡Mirad, los he encontrado al lado de los árboles, parecen de dinosaurios!
Se genera un murmullo de curiosidad e inquietud. Comenta Aitor:
–¿Vamos a investigar si hay más?
Se les ocurre coger las lupas y una cesta. Buen inicio para un maravilloso proyecto de grupo, pensamos las maestras.
Salimos a investigar por la zona que ha dicho Irati, pero poco a poco nos vamos esparciendo por el espacio, y ellos van encontrando sus «fósiles». De repente:
–¡Alaaa, un trébol de cuatro hojas! –dice Miren.
–¡Mi abuela dice que trae mucha suerte! –añade Ibai.
Mientras unas niñas y unos niños siguen encontrando el origen del universo con sus «fósiles», otros buscan «suerte».
El propio espacio invita al mismo tiempo a enriquecer diferentes intereses e inquietudes del grupo.
Al día siguiente, aprovechando que, después de tanto frío y tantas nubes, el sol venía a acariciarnos, les propusimos hacer nuestro ratito de lectura en la hierba y en los troncos. Cogimos nuestra cestita de mimbre y en ese momento dijo Aimar:
–¿Quién me ayuda? ¡Que pesa mucho!
Fue un rato en el que disfrutaron mucho. Esa semana, tuvimos la suerte de que el tiempo nos acompañó y fueron unos días muy agradables y soleados.
Otro día aprovechamos para pintar con acuarelas y tizas. Al día siguiente, sacamos sartenes, cazuelas, cucharas… y ¡preparamos una rica merendola!
–¡He preparado una rica tortilla de calabacín y espinacas, como las de la huerta de mi abuelo! ¡Está riquísima, a la mesa! –dijo Ariane.
–¡Yo he preparado una macedonia de frutas, tiene muchas vitaminas y es muy sana! Es porque las frutas rojas tienen más vitaminas que otras.
Después de llenar nuestras tripas, decidieron hacer una fiesta de disfraces con las telas que tenemos en el baúl.
Estas y otras muchas experiencias suceden día tras día en nuestra escuela. Son un sinfín de experiencias vividas que reportan un aprendizaje global, a través del juego simbólico, los diálogos, el contacto con la naturaleza, el movimiento libre, desarrollando la creatividad y la imaginación, las relaciones interpersonales, el placer por la lectura, estar al aire libre…
El espacio-patio es una parte muy importante de nuestro día a día en la escuela, es nuestro tesoro interminable. Y lo vamos a seguir regando, cuidando, sembrando, queriendo, disfrutando, acariciando, palpando…, al igual que hacemos con la naturaleza. Lo vamos a hacer con todas las amigas y los amigos de la escuela. Son bienes de un valor incalculable. Como comunidad educativa, seguimos en esta misma línea de compromiso y de buen hacer.
Hemos querido insistir y recalcar que, cuando hablamos de patio, no se trata de una «prolongación o extensión» de la escuela: tanto los espacios interiores como los exteriores pertenecen a un centro educativo, en su más amplio sentido.
Somos conscientes de que solo hemos plasmado unas pequeñas pinceladas del espacio exterior. Pero nos parece muy importante, ya que el contexto en el que vive la gran mayoría de nuestros niños y niñas son espacios muy cerrados, cementados y con pocas posibilidades de experimentar, y más todavía en este momento de pandemia en el que nos encontramos. Cada día vemos una mayor necesidad de conectar, vivir, tocar, sentir, mancharse, mojarse, oler, disfrutar…, con y en la naturaleza.
Para finalizar, no podemos olvidar que estamos hablando de una etapa tan importante en la vida del ser humano como es la infancia.
Mila Errea y Ianire Colmenero,
maestras de educación infantil,
Colegio Público de Buztintxuri.
Bibliografía
Tomé, Amparo, y Marina Subirats. Balones fuera. Barcelona: Octaedro, 2010.
Tonucci, Francesco. La ciudad de los niños. Barcelona: Graó, 2015.
Varios autores. Memoria de centro en torno al proyecto de patio. Pamplona: Colegio Público de Buztintxuri, 2012.