Qué vemos, cómo lo contamos. La felicidad en las pequeñas cosas

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Qué bonito es ser un niño y disfrutar de las pequeñas cosas de la vida: salir a pasear, correr hasta que se te acabe el aliento, hacer una broma a un compañero… Observándolos nos damos cuenta de que no es tan difícil ser feliz.

Vivimos adentrados en un mundo adulto, cautivos de nuestras obligaciones, aquellas que nos hemos impuesto y que ocupan nuestro día a día de manera implacable, pero lo peor de todo es que, muy a menudo, pretendemos arrastrar a los niños y niñas con nosotros a este «mundo del tiempo perdido».

No se sabe cómo, en las escuelas, donde se predica el respeto por los ritmos de los niños y niñas y la importancia del proceso por encima de los resultados, hemos acabado siendo víctimas del tiempo. Y es que el día a día en las clases es, muchas veces, una carrera a contrarreloj.
Llenamos las horas de un montón de actividades programadas con las mejores intenciones: huerto, ambientes de aprendizaje, conciencia fonológica, lenguaje matemático… Y pasamos de una a otra con tanta naturalidad que no nos hemos planteado si lo que hacemos tiene algún sentido para los pequeños o responde más bien a nuestras exigencias.

Pero es el día que decidimos salir con los niños y niñas a la calle, y miramos cómo juegan en una plaza cualquiera de nuestro pueblo, cuando nos damos cuenta de que, en realidad, lo que necesitan son estos ratos. Necesitan salir, pasear y compartir. Necesitan jugar, pero no con aquel juguete que les ha preparado la maestra para que hagan una actividad concreta durante un rato determinado, no: necesitan crear, inventar, reír, descubrir el mundo y descubrirse a sí mismos sin la presión del reloj de clase, que nos marca implacable el tiempo.

Es en este momento, cuando por fin te paras y ves sus sonrisas, cuando te das cuenta de que la felicidad no estaba tan lejos como pensábamos sino que la podemos tocar con las manos, la podemos compartir con los amigos y la podemos lanzar al aire y cerrar los ojos mientras esperamos que nos caiga por encima. Es cuando ves que la felicidad no es hacer muchas cosas, sino disfrutar plenamente de lo que hacemos. ¡Qué suerte tener a los pequeños tan cerca para que nos lo enseñen!

Estamos tan ocupados y tan atareados que a veces nos cuesta saborear los momentos bonitos que nos regala la vida. Aprendamos a disfrutar y dejemos que los niños y niñas disfruten también.

 

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