Una reflexión en alto sobre los tiempos líquidos en que vivimos, sobre la celeridad máxima de la «educación actual», marcada en muchas ocasiones por un calendario académico que angustia.
«Hay quienes imaginan el olvido como un depósito desierto, una cosecha de la nada, y sin embargo el olvido está lleno de memoria».
Mario Benedetti
Cuenta la leyenda griega recogida por Plutarco1 que Teseo tenía un barco con el que surcaba los mares y servía de vehículo para llevar a cabo sus aventuras hasta los confines del mundo. A tan estupendo navío, al volver a puerto tras cada aventura, se le iban reparando algunas de sus partes dañadas o envejecidas por el paso del tiempo: una vez eran los remos, otra la quilla del barco, otra las tablas de cubierta, otra los treinta remos que lo hacían volar por encima del agua…
Todos en Creta hablaban del barco de Teseo, pero mientras un grupo de cretenses defendía que el barco continuaba siendo el mismo, otro aseguraba que no lo era: al haber cambiado casi todas sus partes, ya no era «el mismo barco» que al comienzo de su periplo.
Al rememorar esta paradoja de reemplazo sobre el barco de Teseo, me es inevitable reflexionar en alto y a través de estas líneas sobre los tiempos líquidos en que vivimos, sobre la celeridad máxima de la «educación actual», marcada en muchas ocasiones por un calendario académico que angustia, que solo consume saberes pero no construye conocimiento. Asignaturas, modas pedagógicas con apellidos pero sin identidad, propuestas sacadas de redes sociales y mil novedades sin verificación educativa que pretendemos incluir en nuestras escuelas sin renunciar a lo que ya llevamos a cabo, haciendo que se comprima nuestra intervención en tiempos y espacios encorsetados, donde diariamente ya no podemos ni pararnos con nuestros pequeños en un trayecto ante la sombra de un árbol para observar y sentir la naturaleza o el sonido de los pájaros, porque si no «no llegamos a lo programado». La ausencia de pausas es cómplice de esas verdades absolutas que nos venden y ofrecen los nuevos gurús educativos, los cuales sustentan el cuestionable privilegio de sentirse mirados, ser el centro de atención y de referencia aunque su discurso no se sustente en ninguna base pedagógica, científica o simplemente educativa (fake news educativas).
Una velocidad impuesta y que hemos acabado integrando sin resistencia o consciencia de ello como sociedad, como docentes, como individuos, que nos ha hecho adaptarnos a este nuevo ritmo viéndonos en mitad de la inmensidad del océano educativo, pensando si seguimos siendo nosotros o quizá tanta «adaptación» ha hecho que ya no quede nada de esa esencia que nos hace propios, que hayamos perdido la brújula que nos orientaba en nuestras decisiones y que a veces nos invada ese sentimiento de estar perdidos, desorientados y sobre todo solos profesionalmente.
Quizá sea precisamente en este momento cuando debiéramos potenciar con más frecuencia y vehemencia la parte más filosófica de nuestra figura educativa y meditar sobre si lo que necesitamos ahora mismo es hacer tantos cambios en nuestro barco educativo o quizá sea más necesario buscarnos y encontrarnos de nuevo –a nosotras mismas, a los demás…– para saber realmente quiénes somos y dónde queremos ir como maestras y como escuela.
Y con esto no quiero parecer un docente caduco y aferrado a que debemos volver a «cuando los tiempos eran mejores»; me refiero a que, quizás, antes de abrazar sin medida ni filtro pedagogías innovadoras, nuevas tecnologías e incorporar contenidos ajenos a la escuela en nuestras clases (robótica, tercer idioma, educación financiera, cocina, etcétera), deberíamos detenernos a pensar qué es la educación para nosotras, cuáles son los referentes en los que nos hemos apoyado para llegar hasta aquí y cuál es nuestra meta como claustro, como centro, como docentes.
“Para interpretar los mapas que han trazado nuestra historia pedagógica no hay mejor herramienta que utilizar la memoria.”
Para interpretar los mapas que han trazado nuestra historia pedagógica no hay mejor herramienta que utilizar la memoria. «Incluso el olvido está lleno de memoria», nos recordaba Mario Benedetti.
Todos estamos hechos de memoria y la memoria se construye a través de los recuerdos. Memoria y recuerdos como materia prima de nuestro presente, de lo que nos ha hecho ser posibles, de lo que hace que podamos pensar en un futuro que queremos construir.
Por ello, disculpad mi osadía al compartir con vosotras dos puntos que me parecen esenciales: por un lado, lo necesario de ser conscientes de vivir y valorar cada momento que compartimos, sufrimos, vivimos y disfrutamos en clase, haciendo que algo tan trascendental e importante no acabe en el cajón de lo efímero, de lo insignificante, de lo infravalorado.
Por otro, la urgencia e importancia de cuidar todos esos momentos y recogerlos, documentarlos, difundirlos…, para poder revivirlos una y otra vez, para sentirlos como propios aunque la mano que los haya escrito sea ajena, para repasar y servir de inspiración a otras o a una misma, para no dejar que se olvide el cómo surgió la idea, cómo se desarrolló el proceso, cuáles fueron los resultados de esa experiencia, momento, anécdota…, que por un momento nos hizo sentir privilegiadas, orgullosas y únicas.
Propongo, por ello, afiliarnos a una pedagogía que transforme los instantes en recuerdos y memoria pedagógica. Memoria que se construye día a día con las historias de vida de cada pequeño, de cada maestra, de cada escuela.
Una de las herramientas que nos ayuda a dar a la memoria el lugar que le corresponde en nuestras escuelas es la documentación, con la cual, citando a Alfredo Hoyuelos:2
«No se trata solo de plasmar lo acontecido, sino de construir –en diversos formatos– un producto público que dé cuenta narrada de lo vivido.»
La memoria, y la documentación como herramienta para intentar «atrapar» el recuerdo, es la esencia que nos debe recordar quiénes somos, qué fuimos y, sobre todo, qué podemos y queremos llegar a ser.
“La memoria, y la documentación como herramienta para intentar «atrapar» el recuerdo, es la esencia que nos debe recordar quiénes somos, qué fuimos y, sobre todo, qué podemos y queremos llegar a ser.”
Jean Paul decía que «La memoria es el único paraíso del que no podemos ser expulsados» y quizá ese sea un tesoro que habitualmente no valoramos y deberíamos potenciar en nuestras clases y espacios educativos a través de difundir nuestras prácticas, compartir experiencias, escribir en revistas educativas como esta o simplemente dialogar con otras maestras sobre nuestras anécdotas, nuestros niños y nuestro día a día.
El barco de Teseo amenaza de zozobrar ante las olas de la exigencia social de ser las más innovadoras, pero quizá deberíamos echar el ancla en nuestro puerto más cercano y volvernos a encontrar con nosotras mismas, con lo que nos ilusiona, y descubrir de nuevo lo que nos hizo elegir esta profesión, lo que hace que nos ilusione formar parte del mundo educativo, de un claustro virtual que comparte textos, ideas, ilusiones, que plasmamos a veces a través de un texto como este, de una charla formativa o de compartir un café de la sala de profesores.
Os animo y arengo a seguir siendo quienes somos, sin dejar de recordar quiénes hemos sido. Sin olvidar a quienes ya surcaron este camino antes, valorando y aprendiendo de la herencia que nos dejaron y apostando por usarla como base para hacerla actual. Os propongo construir futuro recordando nuestro pasado.
Porque la memoria es la que hace que nuestro barco educativo, aunque haya incorporado cambios, mejoras y experiencia, siempre siga sorteando mares de incertidumbre con destino al objetivo esencial de nuestra intervención educativa: el niño.
Domingo Santabárbara, director del CPI Ana María Navales, Zaragoza.
Notas
1. Plutarco, Teseo, 23.1.
2. Hoyuelos, Alfredo: «Documentación como narración y argumentación». Aula de Infantil, núm. 39, 2007, pág. 5.