Cultura y expresión. Los olores de la revolución

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Soy Paloma Castillo, la Agente Educativa que coordina el Centro Comunitario de Atención a la Primera Infancia (CCAPI) llamado “Un buen comienzo” número 15, ubicado en la colonia Blanca Esthela, en el municipio de Ramos Arizpe Coahuila en México, deseo que con mi relato podamos viajar a este maravilloso lugar donde se construyen sueños con las niñas y niños pequeños a través de un cuidado cariñoso y sensible que fortalece las prácticas de crianza acompañados de sus cuidadores principales y tener un acercamiento no solo con lo que digo ahora sino con lo que pudieran ver, sentir, escuchar y oler si estuvieran en mi centro.

Los CCAPI son un proyecto piloto de vanguardia que imparte la Secretaría de Educación Pública dentro de Educación Inicial en su modalidad no escolarizada (parte del programa federal UO31 de expansión a la educación inicial), dónde participan tres órdenes de gobierno, el federal, estatal y municipal. Son espacios ubicados en zonas urbano-marginales que ofrecen una atención cálida gratuita para bebés, niños y niñas pequeños, madres embarazadas y cuidadores principales, se brinda atención de 5 horas al día (de lunes a viernes) a familias con hijas e hijos de 0 a 3 años, dónde en colaboración con las madres o padres que asisten se prepara una comida y realizamos actividades para jugar con las niñas y niños, leerles, y platicar sobre
la crianza.

Lo que se busca en cada CCAPI es crear un espacio de juego libre y seguro para los bebés de nuestra comunidad, un lugar donde puedan explorar, leer, cantar, comer alimentos nutritivos y tener atención plena de sus mamás, papás o cuidadores. Contamos con un área de juegos, una biblioteca, un comedor y un lactario. Cualquier familia que tenga un bebé en casa puede asistir un día o dos días a la semana, es un programa gratuito.

Este programa surge a la par de una pandemia, su diseño inicial no tenía contemplado el confinamiento, el encierro, la enfermedad, el duelo, la incertidumbre y la ausencia de contacto con otros. Así que, a pesar de todo lo anterior, se buscó la forma de llegar a esas familias y entablar los primeros contactos virtuales con ellos e ir teniendo al menos, chispazos o pequeños roces con los objetivos principales del programa.

El sondeo de la población inicial se hizo previo a la pandemia y en base a éste, se llamó a las familias para saber si deseaban participar de nuestro programa; así se elaboró el primer padrón de nuestro CCAPI con aproximadamente 20 familias. Se crearon grupos de whatsApps en donde se les compartían fichas de actividades que podían realizar en casa con sus bebés, convocábamos a las familias a asistir cada 15 días al centro para recibir insumos alimentarios de manera que en casa pudieran cocinar de manera más equilibrada y saludable, y compartíamos con ellos recetas de cocina dirigidas a las necesidades de nutrición de sus bebés. También creamos una página de Facebook donde todos los días compartíamos videos de cuentos, recetas de cocina, infografías y actividades lúdicas o pedagógicas.

De esta manera establecimos nuestros primeros contactos, mismos que permanecieron así durante casi un año, poco a poco se iban uniendo más familias y comenzábamos a recibir un rebote de información, de conversaciones, de dudas, de ideas, por parte de algunos cuidadores. Se estaba tejiendo ya una red de apoyo donde las familias se sentían en confianza de compartir fotos de sus hijos, donde solicitaban ayuda con alguna duda, etc.…

En cuanto el semáforo epidemiológico nos lo permitió, tuvimos los primeros contactos presenciales con los niños, comenzamos a planear, a jugar, a dar propuestas y sugerencias de juegos, canciones, y actividades que atendieran de forma más real las necesidades de los bebés.

Mi labor como agente educativo podría resumirla en 6 acciones: o bservar, escuchar, escribir, proponer, invitar y dejar de ser Observar es una labor sigilosa y silenciosa, que no solo se reduce a mirar, sino que implica hacerlo con ojos puros, con miradas que conectan a otras miradas, mirar desde diferentes lugares, desde diferentes alturas, y hacerlo a la par de las otras 5 acciones (la mayoría de las veces)

Escuchar, a veces es complicado, porque las voces no suenan una a la vez, porque el pensamiento estorba e invade, porque sus voces son tan suaves, pero cuando se escucha, se puede saber si los niños juegan, construyen, se divierten, si desean estar aquí, si ya desean irse, si necesitan algo y nos dictan los pasos siguientes.

Escribir todo lo que se observa y se escucha es probablemente la evidencia de lo que “se pudo” barrer o rescatar, a veces tan valioso, otras solo significativo, pero es sin duda la acción sobre la que la planeación se construye.

La propuesta la escribo yo, pero ha sido dictada por ellos, por los juegos que hacen, por lo que preguntan, por lo que piden, por lo que pelean, por lo que tocan y por lo que no, por sus movimientos, por su quietud, por su concentración y sus manos.

Cuando llego y muestro a los bebés mi propuesta, monto una instalación de juego, dejo el material ahí, como si nada, como si todo y espero… esa es mi invitación. Luego vuelvo a observar y espero señales para saber si soy invitada a jugar y si no, a veces, me invito sola.

Una vez participando dejo de ser, dejo de ser la adulta, el agente educativo y me convierto en un bebé, en una niña, en alguien que imita lo que hacen, soy espectador, a veces solo miro, otras, solo juego, otras hago algo que a nadie se le ha ocurrido hacer.

Y mientras esto pasa, vuelvo a observar, escuchar, escribir, proponer, invitar y dejo de ser. Es un círculo, no, más bien es una espiral, porque no se llega nunca al mismo lugar, sin embargo, siempre gira y siempre avanza, siempre crea y transforma.

Mi reto principal es hacer que el CCAPI sea un lugar en el que los niño y niñas QUIERAN estar, que sean ellos quienes traigan a sus papás y disfruten su estancia, así que trato de que mi planeación esté basada en sus intereses y los derechos que tienen como niños y niñas, dándoles voz y tratando de entender su lenguaje.

Con frecuencia observo que la mayoría de los bebés que atiendo, enfocan su mirada, sus manos y toda su concentración a manipular materiales texturizados, flexibles o fáciles de trasladar o producir una reacción en ellos como masas, espumas, semillas, líquidos, pinturas, etc…Por tal motivo, procuro que en algún momento del día haya alguna actividad o material donde los niños puedan explorar este tipo de materiales de manera segura y libre.

Se acercaba el día de la conmemoración de la revolución mexicana y parte de las acciones que me gusta hacer, es integrar de forma armónica los elementos que los niños me dictan, de tal forma que intento en la medida de lo posible amalgamar y relacionar aquel cuento que les gusta, con ese material que más eligen en el área de juegos, con esa duda que me compartió tal familia, etc… En esos días, algunas de las mamás que asisten me comentaron que les gustaría hacer una kermesse revolucionaria y disfrazar a los niños, las vi muy entusiasmadas, y pensé que seguramente podría empatar esa propuesta de las mamás, con las necesidades que yo había observado en días anteriores en los bebés. Así que decidí que, durante esa semana, los ambientes lúdicos e instalaciones artísticas, se enfocaran en objetos, sonidos, canciones, imágenes, historias y olores que seguramente pudieron haber escuchado los niños y niñas que vivieron alrededor del año 1910 y finalmente culminar con una fiesta revolucionaria estilo kermesse organizada por las mamás, papás y abuelos

Una de esas instalaciones fue “los olores de la revolución” en la que pudimos explorar aquellos olores que tal vez o seguramente estuvieron presentes en la época de la revolución. Mi intención nunca fue decirles qué pasó en la revolución, ni la fecha en que sucedió, ni los nombres de los involucrados, sino crear un ambiente similar al que los niños y niñas de aquellos años tuvieron acceso, lo olores, los sonidos, los sabores, las historias, la música, las calles, los juegos, en fin.

Ese día, recibimos a las familias temprano, mientras algunas mamás comenzaron a preparar los alimentos del día, los niños elegían un juguete del área de juego, otros padres y madres, cuidaban de ellos y se hacían cargo de los niños que estaban solos pues sus mamás cocinaban. Después, Elizabeth y Edgar, papás de Sebastián, comenzaron a lavar la fruta y verdura y los niños se acercaron a ayudar, observo cómo les gusta participar, sobre todo si se trata de meter las manos al agua. En otra mesa, Zayra y Ana Karen, deshojaban cilantro, algunos niños se acercaron también a ayudar, aún que pronto les pasó el interés y terminaron solas el trabajo.

La instalación estaba lista, estaba a la vista, pero nadie tocaba, era la regla, a algunos les costó trabajo esperar más tiempo y se aventuraban a tocar algo chiquito o pasar rozando su pie. Cuando la comida estuvo lista, todos recogimos la cocina y los juguetes y nos reunimos al lado del área de juegos, nos saludamos con un juego y una canción y escuchamos las reglas para jugar en la instalación “los olores de la revolución”, a partir de ese momento, comenzó a sonar la música revolucionaria de fondo, que sonó y ambientó el espacio durante toda la sesión.

Caminamos y nos colocamos alrededor de los objetos instalados y luego lancé la pregunta “¿a qué creen que olía la revolución? “Algunas respuestas fueron: a café, a leña, a pólvora, a lodo, a maíz, a comida, a té, a frijolitos, entre otras. Cuando pedí que observaran la instalación, pudieron observar algunas de las cosas que mencionaron, aún no habían tocado nada de lo instalado allí, solo observaron, se detuvieron a ver cada cosa, los cuidadores les decían “mira, ¿qué es eso?” los niños y niñas decían los nombres de aquello que reconocían “frijoles” “una cuchara” y también preguntaban qué era aquello y comenzaban a inclinarse para tocar.

Les pedí que tomaran una ramita de alguna de las hierbas que estaban en la instalación, la frotaran y la olieran, los adultos identificaban los olores “es albaca”, “es romero” y también se preguntaban qué serían aquellas otras plantas que no identificaban. Frotaban en las manos y olían, los niños olían también y decían si olía rico, algunos aventureros, las metieron a su boca.

Por fin, tocamos a libertad lo que estaba colocado sobre el tapete de papel, entre un rebozo, cazuelas, de barro, semillas de frijol, cucharas, romero, albaca, menta una silla de mimbre, molcajetes1 y metates, la exploración comenzó. Podía verse a los niños ir por aquello que más llamó su atención, movían cosas de un lugar a otro, observaban objetos. Por aquí algunos jugaban a las comiditas, otros chupaban un palote, otros aplastaban con sus manos las hierbas, por allá otros descubrieron cómo moler los frijoles con el molcajete, ahora varios deseaban usar el molcajete, una pequeña colocó su pie descalzo sobre las semillas, otros las dejaban caer y escuchaban el sonido que hacían. Los cuidadores, en su mayoría madres, aún que también había abuelas y papás, intentaban jugar, algunos ya más conectados, se desenvolvían con naturalidad en el juego, otros esperaban instrucciones de sus pequeños y otros prefirieron disfrutar de verlos.

Por aquí había una abuela llamada Martha que jugaba con su nieta Valeria de 2 años a la cocinita, estaba esperando sus frijoles y su sopa, Valeria le decía que aún no estaba lista. Por acá estaba Thiago de 6 meses, apenas sentadito intentando no caer para alcanzar cualquier cosa que estuviera cerca, lo acompaña Paco, su hermano de 10 años quien explora también utilizando un molcajete, hierbas y semillas de frijol, le comparte a su hermanito los objetos que puede ir recolectando. Giselle eligió una cazuela de barro con frijol pinto, le ha agregado albaca y romero
y menea con una cuchara, de repente saltan los frijoles y salen de la cazuela, ella paciente, vuelve a meterlos y continúa con su quehacer. En otro sitio está Frida de 1.5 años, quien en una canasta ha colocado 2 piedras y ha agregado frijoles con ayuda de su mamá, luego con una pala de madera, se dedicó a sacarlos de la canasta.

Regina y Santiago de 2 años aproximadamente, y cada uno por su lado, lleva un molcajete hasta su lugar y se mantuvieron moliendo las semillas con el instrumento hasta dejarlas hechas polvo, no deseaban que nadie les ayudara, fue una labor que decidieron hacer en solitario y los mantuvo con la mirada concentrada y las manos en acción en todo momento.

Es notorio cuando el hambre de juego o exploración han sido satisfechos ya que, una de dos (depende del material o acción que desee realizar el bebé con ese material): comienzan a moverse a otros lados o se quedan quietos sin movimiento y sin concentración en algo específico. Es entonces cuando los leo y creo que un elemento más es buena idea.

Eso comenzó a verse, después de tanta “alaraca”, comienzan a suavizar sus movimientos, a trasladarse a otros sitios, a buscar algo más, en ese momento se les pide a los cuidadores y niños que nos ayuden a guardar todo. El espacio vuelve a quedar despejado y a los niños y niñas se les observa a la expectativa, comienzo a leer el cuento “El barro” pero al parecer, ellos me han leído a mí también y saben que hay “algo más” así que no puedo esperar más y les comparto barro fresco, húmedo y flexible y mientras continúo el cuento, ellos tocan, huelen, juegan y escuchan la lectura.

Al inicio, algunos no se animaban a explorar mucho, el barro es frío, poco a poco, junto a sus cuidadores, los más temerosos, tocan, huelen, el barro tiene ese olor a petricor tan particular, hacen tiritas, bolitas, pasteles, otros solo lo embarran por allí sobre el papel.

Hemos olido ya las hierbas, la madera, la tela, el barro y ahora, después de lavarnos muy bien las manos, en las mesas hemos dejado harina de nixtamal2, agua, hojas de maíz y algunos instrumentos como palotes, máquinas de tortillas y gorditas. Conforme van saliendo del baño, los niños rápido se acercan a tocar la harina, saben que se come, los mayores, se chupan un dedito y lo empanizan en la harina para llevarlo de nuevo a su boca. Poco a poco, los adultos dosifican el agua para lograr que la masa tenga una consistencia que los bebés puedan manipular y jueguen. Sebastián y Vale que son primitos, continúan el juego que han jugado desde el inicio de la sesión, cocinan, ahora preparan tamales y los envuelven en hojas de maíz. Isak,, de 10 meses, toca con ansias, aplasta la masa y rápido la lleva a la boca, su mamá se ríe y le permite comerla. También Thiago chupa su manita y siente una textura húmeda en ella. Por su parte, Mirel de 2 años juega y mientras lo hace come, toma trozos de maza y los lleva a la boca, al parecer le gusta el sabor porque lo ha hecho varias veces. Algunos han aprendido ya cómo utilizar la máquina de tortillas y comienzan a hacer taquitos, otros envuelven tamalitos y se los ofrecen a quien se deje. Vuelven todos a estar concentrados y ocupados en su afán… La música al fondo sigue y el juego continúa por un rato más mientras todo el espacio se inunda de ese olor a masa de nixtamal, seguro también a eso olía la revolución.

Ha sido una experiencia rica y variada, entre texturas, olores, colores, sabores, rimas y cantares. Propiciar espacios seguros para que los niños y niñas puedan explorar y jugar de forma libre, es atender con ojos puestos en ellos como agentes de derecho, escucharlos, sentirlos, leerlos, dejarnos llevar y fluir con su andar revoltoso, su quietud y su ritmo.

Sin duda, el trabajo presencial, tanto como el virtual han sido un reto difícil de afrontar y acompañar, ya que es importante mostrar una escucha atenta, atención plena, ser pacientes y actuar en base a lo que realmente las familias necesitan (en base a sus miedos, ansiedades, cultura, gustos, conocimientos, estilos de crianza, recursos, etc..). La pandemia nos hizo valorar el vivir en tribu, el estar acompañados, el sentirnos libres, seguros, pero también nos dio la oportunidad de tener tiempo para estar con nuestros bebés de manera distinta y acrecentar nuestra creatividad.

Así es una mañana en nuestro CCAPI, esperamos hayan podido viajar con nosotros hasta México e incluso hasta el año 1910.

Paloma Castillo Silva
Agente Educativo en un Centro Comunitario de Atención a la Primera Infancia (CCAPI), Licenciada en Educación Preescolar.

Notas
1. Molcajete: Utensilio de origen prehispánico parecido a un mortero con tres patas cortas, fabricado de piedra o barro. Se utiliza para moler distintos ingredientes y especialmente para preparar salsas, las cuales en ocasiones se sirven en este mismo recipiente.
2. Nixtamal: La nixtamalización es el proceso mediante el cual se realiza la cocción del maíz con agua y cal viva, para obtener el nixtamal que, después de molido, da origen a la masa nixtamalizada utilizada para la elaboración de tortillas, tamales, etc.

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