Cartografías del juego: una poética de lo humano

Se reconoce la importancia del juego como expresión genuina de la cultura de la infancia. Un patrimonio en riesgo. El objetivo de rentabilidad desarticula los procesos de lo humano, lo que incluye al juego. Bloqueado y suplantado en diferentes aspectos, necesita ser rescatado en el ámbito social y educativo. La escuela se ve como un entorno protector donde jugar es una urgencia pedagógica.  Se ofrecen pautas de planificación e intervención desde la escucha y la observación atenta del juego de los niños.

En una playa, en Asturias, ante mis ojos, se desarrolla el siguiente relato de juego:

A un lado un niño de unos dos años; rodeado de muchos  adultos, abuelos, padre, madre… Le habían hecho un hoyo grande de arena, donde estaba con sus juguetes de playa.

Al otro lado, a escasa distancia, una niña de unos cinco años. En otro hoyo, haciendo flanes con cubo y pala. Con su mamá cerca, leyendo en la sombrilla y debajo de ésta algunos juguetes más. 

De repente, como guiado por un imán, el niño mira a la niña, sale de su pequeño hoyo y avanza hacia ella. Su familia atenta a él, es un coro de voces: “¿Quieres jugar con la nena?… pídeselo tú… pregúntale a ver”. El niño no parece oírles. Sigue adelante con determinación, lleva pala grande en la mano. Mira a la niña y se la ofrece en un gesto muy claro. La niña lo mira un momento, muy seria se gira a un lado y sigue jugando. El niño va rotando a su alrededor y no deja de intentarlo. Se agacha, le sigue ofreciendo la pala. Pero la niña parece estar más concentrada aún en sus flanes. Se gira de nuevo y no le hace caso. Parece una representación.

Entonces el niño hace algo sorprendente. Mira hacia donde está la madre de la niña y se dirige decidido hacia los otros juguetes debajo de la sombrilla. Es ahora la mamá de la niña quien le dice: “¿Quieres jugar con los juguetes de María?… Mira cógelos, ella te los deja… ¿verdad María?” María no dice nada. El niño tampoco. Coge y alza del suelo cada uno de los juguetes de ella, los observa un segundo y los va lanzando lejos. Uno por uno. Se escucha ahora a la familia del niño: “No los tires, que son de la nena…” Pero el niño sigue. El tiene un plan. 

Se dirige ahora a la zona donde están sus cosas. Recoge su mochilita de playa y empieza a meter en ella todos sus juguetes. No le caben todos. El abuelo quiere ayudar “Trae, trae que no puedes con todos, yo te ayudo”, y el niño se lleva su mochila repleta de juguetes y un gran camión en manos de su abuelo hasta el hoyo de la niña. Ella le mira, ladea la cabeza, parece una pregunta. El niño vuelca todos los juguetes a su hoyo. Es un ofrecimiento. Entonces hace un gesto de entrar dentro del hoyo, pero antes la mira de nuevo, como preguntando y ella asiente de modo muy sutil con la cabeza. Casi imperceptible. Los juguetes ya están ahí pero no son objeto de atención de ninguno de los dos. Más bien parecen haber funcionado como elemento simbólico. 

Ella sigue haciendo flanes, pero ahora mientras los hace, ya sí le mira de hito en hito. El coge su cubo y pala y la imita: Llena el cubo de arena, aplasta con muchos golpecitos para después ¡zas! dar la vuelta al cubo. Pero lo hace desde muy alto y se le deshacen antes de caer al suelo. Ahora es ella quien lo hace y él la mira.  Es una experta en flanes, y justo voltea el cubo cerca del suelo, el flan sale perfecto. Y hace tres juntos. El ha seguido todo muy atento. Pero de improviso, con el pie rompe los tres flanes y la mira. El coro familiar se vuelve a oír: “No le tires los flanes a la nena, no seas malo…” Pero ellos dos están al margen de las voces adultas. A la niña no parece haberla molestado, al revés: lo mira y asiente ligeramente. Y vuelve a empezar. Le hace muchos más flanes. Para él, para que mire, para enseñarle. Después es él quien lo intenta de nuevo y es ella quien lo mira… Y así estuvieron un buen rato… 

De pronto se escucha “Hala despídete de la nena que nos vamos a comer”.

Los dos siguen jugando, se diría que no lo han oído, pero ya saben que se ha terminado. El niño va sacando sus juguetes despacio.  Todo se va recogiendo, ya casi listos para irse. Pero él aun sigue con su cubo y pala. Se aleja hacia lo que fue su hoyo inicial, y de espaldas aparenta seguir jugando. En realidad, no juega ya.  Es como una simulación, notas finales. El gesto triste. Mira un poco hacia atrás y se miran los dos. Y entonces la niña le dice “¿Mañana vienes?” Son las primeras palabras pronunciadas hasta ahora entre ellos. No han necesitado más. Y él dice “¿mañana?”.

Entonces lo cogen en brazos y se van. La niña sale de su hoyo y deja de hacer flanes. Ella, que antes jugaba sola con sus flanes, ya no quiere jugar más y silenciosa se sienta junto a su madre.  También parece triste. La madre “sabe”, quizás intuye y le dice “Bueno, nosotras también nos vamos”. A lo lejos se ve a toda la familia subir las escaleras. Mañana… será otro día.

Un relato de juego. Con principio y fin. Existe en sí mismo. Un mundo aparte. Con o sin mirada externa. Yo fui testigo privilegiada de todo lo que iba sucediendo ante mi. Sin ninguna idea o expectativa previa, sólo miraba. 

Un proceso. Lleno de comunicación, lenguajes diversos, casi nada hablado. Vínculo de infancia. Con intensidad y complejidad en sus múltiples interpretaciones. Cada gesto, mirada o ademán era justo, preciso, intencionado, reconocido entre ambos y muy ajeno a nuestro mundo. Nada era gratuito.  Cultura de niños, cultura de juego. Asombra comprobar lo que en ella sucede y más aún lo que desconocemos. 

JUEGO COMO CULTURA DE INFANCIA
Este sencillo relato compendia en sí mismo capacidades esenciales que el juego moviliza y nos conforman como humanos: autonomía física, intelectual, toma de decisiones, observación, empatía, pensamiento creativo, cooperación, generosidad, aprendizaje compartido, pensamiento divergente y las adquisiciones implícitas al juego en sí (destreza, coordinación,  uso de materiales diversos,  equilibrio, volumen, capacidad, medida, cálculo distancia etc.)

Difícilmente una actividad prevista se podría programar para que cumpliera lo que aquí de forma natural, directa y genuina ocurrió. Es el poder del juego soberano. Juego de los niños, que nunca es un acto casual o superficial. Es una necesidad biológica y emocional. Programa perfecto inscrito en nuestros genes que se empieza a desarrollar desde el primer día de vida. Impulso poderoso que nos guía de modo personal en nuestro desarrollo y nace del interior. Campo de pruebas para ensayar sin riesgo la vida. En el juego espontáneo, en él niñas y niños actúan en un mundo aparte, espacio lúdico, tiempo sin tiempo, con códigos propios, donde ensayan habilidades sociales, emocionales y cognitivas esenciales.  Sin duda podemos afirmar que el juego es la esencia de lo humano. Anterior a cualquier cultura y a la vez universal en todas ellas.

La infancia es depositaria y portadora de esta cultura universal y ancestral. Período de la vida humana con identidad y cultura propia, diferenciada de la edad adulta. 

Desde la clarificadora investigación del pedagogo danés Mouritsen Fleming (1), hay tres  modos de entender la cultura de la infancia. Aquello que los adultos ofrecen “para los niños”, lo que se hace “con los niños”, diferenciado de la cultura genuina “de los niños”, es decir, cómo se muestran, piensan o se expresan, “el modo en que transforman con sus peculiares respuestas las situaciones en ámbitos especiales”.  Este tercer grupo es lo que Mouritsen también define como “cultura del juego”.  Es el ámbito más desconocido, y se sitúa en un plano mayor de riesgo porque, invadido por la mirada adulta, fagocitado por las dos primeras acepciones culturales del “para” y el “con”, ve disminuidos sus modos de expresión y está por ello necesitado de protección.

Asumir como adultos la cultura genuina “de los niños” también cambia nuestro rol. Nos hace más humildes en el respeto intercultural, más próximos a establecer una complicidad con los niños, no para dirigirlos sino para acompañarlos. Es un rol donde lo docente se amplía por un papel más vital.

Cuando observamos el juego de los niños con mirada abierta y sin prejuicios es cuando el juego nos revela la verdadera cultura de la infancia. Es algo aparentemente sencillo de hacer, pero difícil de poner en práctica. Estamos muy acostumbrados a pensar que nuestro programa es mejor que el de la propia naturaleza. Así, tendemos a mirar a los niños del modo que creemos que son, no tanto como son en realidad.

En el relato del juego con el que comenzamos, se ven ejemplos de cómo la observación superficial confunde las interpretaciones erróneamente. La infancia es experta en lenguaje no verbal. El ejemplo del relato lo ilustra. Es una experiencia intensa y sin embargo sólo hay tres palabras. Cuando el niño mira y tira al suelo cada juguete de la niña y va a por los suyos para ofrecérselos, quizá quiere decir “estos no, toma los míos… son muy bonitos, juguemos con ellos” …  O cuando le rompe los flanes con el pie, acaso significa: “Los haces muy bien, hazme más, enséñame cómo”… 

Pero estos hechos fueron interpretados al revés por los adultos próximos:  cuando tiraba al suelo los juguetes o deshacía los flanes pensaban que era un acto de rabia o afán de destrucción. Prejuicios sobre quiénes son los niños. Sin embargo, era justo lo contrario.

Es posible, que lo interpretado sea otra cosa… Y sin duda ha habido muchas cosas que no he percibido, que han escapado a mis ojos… Porque ignoramos casi todo en el ámbito de la cultura de la infancia. ¿Cuántas miradas de cierre la oscurecen? 

Lo que sí sé, es que viví el proceso como la secuencia de una narración donde cada escena era una sorpresa para mí.  El juego existe lo veamos o no. Al observarlo y documentarlo, le damos luz. Su carta de naturaleza. El reconocimiento del juego es urgente. Porque el juego, tal como lo conocemos, está en peligro.


EL JUEGO: NOTIFICACIÓN DE UNA CARESTÍA
Es tan importante, que ha sido reconocido por la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU, 1959), como derecho fundamental de los niños y posteriormente ampliada en la Convención de los Derechos del niño de 1989.

Pero este organismo ha comprobado la disminución progresiva de juego en la Infancia, y la necesidad de recordar que se observara el Derecho al Juego. Para ello el Comité de Derechos del Niño de Naciones Unidas, creó en 2013 la Observación General nº 17 que recordaba a los países miembros, entre ellos España, a respetar la necesidad de los niños a jugar.

De forma paralela diversos organismos e instituciones a nivel mundial envían la voz de alarma alertando de la grave pérdida del juego en la infancia y sus consecuencias en un futuro incierto.

¿Cuál es el motivo de esta progresiva desaparición?

En poco tiempo se ha dado un cambio radical en los modelos de vida que han puesto en peligro valores y costumbres arraigadas que alteran nuestra condición como humanidad.  Al desaparecer los contextos naturales y sociales, también desaparecen los movimientos culturales que les dan presencia. Están en riesgo y el juego entre ellos. 

Hay una razón de orden profundo. La imposición de una jerarquía que prioriza un valor: La RENTABILIDAD. Deshumaniza relaciones, acciones, cotidianidad. En lo externo y en lo interno, manipulando el pensamiento colectivo. 

En este paradigma, la infancia no se contempla en el respeto de su identidad, ni al juego como un derecho, sino como un sector de mercado más, donde intervenir para obtener el máximo beneficio. Una ilusión de riqueza porque el mundo del mercado crece en la oferta de propuestas “para los niños”, y “con los niños”, pero no tanto en calidad como en cantidad y ganancia. 

Algunos productos para los niños se dan por válidos cuando requerirían un análisis consciente  ¿Pasarían esta mirada muchos juguetes, ropa, alimentos, libros, programas, juegos virtuales, objetos o las fichas escolares, …?  ¿A quién dan “juego”: a la infancia o al mercado?

La libertad es condición inexcusable para el juego. No tiene una finalidad concreta, es un fin en si mismo, y quien juega es su dueño. Si el juego carece de esta condición deja de serlo. Averígüese todo lo que no es así de quién es… 

Esta anulación del juego se da en doble vertiente: bloqueadores a nivel material e ideológico, y suplantadores para cubrir la ausencia de una pérdida y ofrecer acciones dirigidas que anulan el pensamiento creador.

Entre otros:  Digitalización y el contacto con pantallas, desaparición de los espacios de juego y contacto con la naturaleza, nuevos contextos familiares y sociales, expolio del tiempo de juego, actividades extraescolares,  desconfianza en el juego, sustitución de juego por juguete, el temor al riesgo…

El mundo escolar, también abrumado por esta imposición de eficacia rentable, ve muchas veces el juego como problema más que como aliado, y se transige su existencia casi de modo clandestino,  sin otorgarle la presencia relevante que merece. En la escuela a veces se dice “juego” a cosas que no lo son, se utiliza como factor motivacional, un “jugar para”,  o como premio a una tarea terminada o como relleno entre dos tareas o el tiempo de recreo como desfogue de energía. 


JUGAR EN LA ESCUELA: UNA URGENCIA PEDAGOGICA
La escuela debe definir una imagen de infancia, de juego.
Posicionarse desde la palabra, la intención y la acción. Decidir “qué hacer” y “qué no hacer”.
Escuela cálida, amable, habitable, cómplice, lenta…  Escuela como entorno protector de la infancia.


¿Qué se necesita para jugar?

En el juego van en paralelo la complejidad y la sencillez. 

– Complejidad porque surge del interior, proyecta al exterior y transforma de nuevo lo interno en múltiples direcciones. 

– Sencillez en sus requerimientos: 

Tiempo – El requisito principal. Jugar es un acto incompatible con la prisa. La infancia vive un presente continuo en el juego.  Sin tiempos parcelados. 

Espacio – En su planificación, de preferencia los espacios semiestructurados. Por excelencia los espacios en la Naturaleza.  Invitaciones diversas en su oferta. Interior y exterior como un todo sin fronteras.

Materiales – Sencillos y abiertos. Polivalentes en sus posibilidades. Arcilla, piedras, ramas, arena, tierra, agua, piedras, canicas, conchas, cajas, lanas, cuerdas, tubos, bloques, papel, cartón, botones… Incluso hay juegos que no requieren material alguno…

Escucha y disponibilidad – Jugar es un acto libre. El juego se da en un espacio y tiempo aparte. Requiere ser respetado. Observar sin intervenir. Los adultos aprendemos desde la observación y la escucha. Ser presencia, estar disponible sin valorar ni mediatizar. 

Documentar el juego – Es hacer visible la escucha. Niños y adultos. Con diarios, registros, paneles, fotos, vídeos, álbumes, con dibujos de los niños reflejando su memoria, opiniones…

Reproponer – Nuevas propuestas desde lo observado para enriquecer y volver a observar qué sucede. 

Es una espiral que crece en riqueza.
En escucha compartida.
En aprendizaje en cooperación.
En pensamiento creador.
En autonomía.
En convivencia.
En amor.
En la vida.
En lo que nos hace humanos.

¿Qué depararía el futuro a una humanidad sin juego?

Autora: Beatriz Trueba Marcano  
Copyright Octaedro

– Fleming, Mouritsen, Cultura d’infant, Colecció “Temes d’Infancia núm. 20,” Rosa Sensat, 1992

Beatriz Trueba Marcano profesora de educación infantil, doctora en historia del arte. Investigadora educativa. Imparte actividades de formación. Publicaciones de diversos libros y artículos: Talleres Integrales, Espacios en Armonía, Títeres en el taller, Espacios y Recursos para ti, para mi, para todos, El Juego Revelado…

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