Editorial. Acogida para todos

En los tiempos en los que se encuentra la educación, más a menudo de lo deseado en el foco mediático del debate y la polémica, y con la incansable labor de los docentes escondida tras titulares que hablan de fracaso, de resultados, de competencias y de reformulaciones educativas que jamás llegan, esta revista quiere detenerse en algo esencial y a menudo olvidado: ¿qué lugar tiene la acogida en la vida escolar? ¿Cómo acogemos a aquellos que llegan cada septiembre? ¿Qué lugar y qué tiempo damos a abrir las puertas y darle un sitio a cada uno?

En el ámbito educativo, acoger no es simplemente dar la bienvenida el primer día de clases. No va de fiestas ni de titulares. No se termina en septiembre. Es un gesto constante de apertura, es una actitud perpetua de escucha y cuidado hacia los niños y las niñas, sus familias y el equipo del centro. A todos. Para todos. Es mirar al otro no solo como persona, con su historia, sus miedos, sus talentos y desafíos. Es aceptar la diferencia, es respetar la creencia, es amoldarse unos a otros.

Una escuela que acoge es aquella donde nadie se siente invisible, donde todos encuentran su lugar, porque hay un lugar para cada uno. Una escuela en la que hay espacio para vivir, para crecer, para equivocarse y para ser diferente. Acoger es acompañar con esa mano tendida que inspira confianza. Acoger es no soltar. Es dar seguridad y refugio. Es comprender que el aprendizaje nace en un entorno en el que uno se siente seguro, valorado, mirado y escuchado.

Lo sabemos: la realidad demasiadas veces es otra. Ratios desbordantes, docentes agotados, sistemas que priorizan lo urgente por encima de lo importante. En este contexto, acoger puede parecer un lujo. Pero no lo es. No debería serlo. Es una responsabilidad, una necesidad pedagógica y humana. A pesar de todo y de todos.

Estrenamos un nuevo curso y deberíamos abrirle las puertas con una voluntad clara e innegociable: que cada espacio educativo sea también un espacio de acogida. Que nuestras escuelas hablen de comunidad, no de exclusión. Que nuestros docentes sean respetados y valorados como merecen. Que las personas sean más importantes que los sistemas. Que la economía deje de pasar por encima de la pedagogía. Que la infancia pueda ser infancia.

Y, por encima de todo, que nunca olvidemos que, para aprender, primero hay que sentirse en casa.

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