Un equipo son personas que trabajan juntas para lograr un objetivo en común, no un grupo de personas que realizan la misma labor o comparten un espacio de trabajo.
Kai y Rim juegan con unas piezas de madera en un rincón de su estancia, cada uno va cogiendo piezas del montón que hay entre ellos y las coloca en su construcción. Kai tiene en mente su juego de ayer y quiere hacer una columna todavía más alta; Rim construye un castillo como el del cuento que le explica la abuela todas las tardes. La educadora pasa por su lado y les dice: «¿Veis qué bien lo pasáis cuando jugáis juntos?». Los dos niños la miran, seguramente les viene a la cabeza aquella frase del Principito: «Las personas mayores son incapaces de comprender algo por sí solas y es muy fastidioso para los niños darles explicaciones una y otra vez».
Kai y Rim comparten un espacio, un tiempo y unas piezas, pero sus pensamientos, sus métodos y sus objetivos están muy lejos unos de otros. No juegan juntos, solo juegan con lo mismo.
En cierto modo, esto es lo que pasa a menudo cuando hablamos de equipos. Hemos pervertido el uso de esta palabra restándole todo el sentido, toda la fuerza y todo el valor. Un equipo son personas que trabajan juntas para lograr un objetivo en común, no un grupo de personas que realizan la misma labor o comparten un espacio de trabajo, y por este motivo hay que hablar de ello en un espacio como esta revista, que habla de lo que pasa en las escuelas, de lo que viven niños y niñas, de los maestros y sus vivencias, a menudo individuales. Pero, y los equipos de trabajo, ¿cuándo serán protagonistas?, ¿cuándo los valoraremos como es debido?, ¿cuándo serán relevantes? Y, sobre todo, ¿cuándo serán valorados y respetados?
Sin duda, de cada una de nuestras escuelas obtendríamos una idea de equipo muy distinta. La gestión de las personas nunca ha tenido una receta ni una fórmula mágica. Un equipo no nace de la nada ni de manera espontánea de un día para otro. Un equipo se construye con tiempo y se reconstruye con cada cambio. Y, como cualquier otra construcción, se inicia por los cimientos, una base sólida que cuando falla hace que todo se tambalee, una base poco tangible y a menudo invisible, y que conforman el respeto y la generosidad. Y dicho así, hasta parece fácil.
El respeto está en todos nuestros proyectos educativos y, nos lo repetimos una y otra vez, en esa idea de adulto respetuoso con los pequeños y con sus procesos, pero, ¿dónde queda cuando se trata de respetarnos entre los adultos de la escuela? En el diccionario, la palabra respeto se define como el reconocimiento y la consideración del valor de una persona o una cosa. Por lo tanto, cuando un equipo o alguno de sus miembros entra en una dinámica de crítica destructiva, de hablar a espaldas de los demás, del constante poner en duda o de menospreciar las capacidades o el trabajo de los otros, de un modo u otro todo se tambalea. Y es aquí cuando ya no nos parece tan fácil.
“La gestión de las personas nunca ha tenido una receta ni una fórmula mágica. Un equipo
no nace de la nada ni de manera espontánea”
Y la generosidad. Aquella que nos lleva a aceptar la diferencia entre todos los que formamos parte de nuestra organización, la que nos hace ser conscientes de que, a veces, trabajar juntos quiere decir renunciar, supone que no siempre se puede tener razón o que no se puede ganar siempre. Generosidad para ser capaz de mirar por los demás, generosidad para facilitar el trabajo, para seguir las iniciativas, para dar la mano, para tirar cuando uno no llega, para asumir que todos tenemos días, semanas o cursos menos buenos y que siempre merecemos que alguien nos sostenga y nos apoye. Generosidad para querer ver al otro a nuestro lado, no debajo, para alegrarnos por los demás, para reconocer el trabajo y el esfuerzo. Generosidad para entender que el triunfo individual no nos lleva demasiado lejos y que los éxitos son mayores cuando son compartidos. Iolanda Batallé, en su libro Atreveix-te a fer les coses a la teva manera («Atrévete a hacer las cosas a tu manera»), dice: «La generosidad no es más que sentir las necesidades de los demás como propias. La generosidad rompe la lógica individualista. La generosidad nos recuerda que estamos juntos».
“El equipo debería ser el primer objetivo y proyecto compartido,
y requiere de todos y cada uno de sus componentes. Un equipo
no lo es si alguien queda fuera o si alguien no se siente partícipe.”
Y con estos cimientos en su sitio solo queda construir, y sobre todo hacerlo juntos, porque el equipo debería ser el primer objetivo y proyecto compartido, y requiere de todos y cada uno de sus componentes. Un equipo no lo es si alguien queda fuera o si alguien no se siente partícipe. Construir desde el compromiso con uno mismo, pero también desde la responsabilidad hacia el proyecto, desde la implicación, desde el diálogo y la comunicación rica y real, asertiva y sincera, desde la confianza y la transparencia, desde el acuerdo, pero también desde el debate y la diferencia. Construir desde el afecto, para hacernos fuertes ante las adversidades, que son muchas en nuestro contexto, porque, mirándolo bien, cuando más valor tenemos que tener como equipo es en los días difíciles, cuando más necesitamos sostenernos.
Habrá quien no entienda que llegue al final de un artículo sobre los equipos sin hablar de liderazgo. Quizá porque, en mi perspectiva, en el contexto escolar quien asume el papel de líder es un igual que ha escogido este rol y esta labor, que ha elegido una serie de exigencias y responsabilidades, y quizá la más importante es ser el espejo primero y referente de compromiso y de respeto, de diálogo y de escucha, de humildad y sobretodo de generosidad, el puntal que lo sostiene todo y a todos. Vuelvo a Iolanda cuando dice: «Si el objetivo de una persona es ser feliz, el objetivo de una directora tiene que ser que la organización que dirige sea feliz». Y no es nada fácil conjugar la felicidad con la necesidad de resultados, con la exigencia y el cansancio de todas las que formamos la escuela, y es por ello que debemos ser una más allá de los cargos e ir a la una más allá de las diferencias y creer en el poder que esto nos confiere.
Por encima de los grandes proyectos pedagógicos, de la innovación y la renovación, por encima de las metodologías y de los referentes, por encima de los datos, las cifras y la burocracia, siempre tendrían que estar las personas, las que hacen que todo funcione, las que ponen su ilusión y sobre todo su tiempo, el equipo, el motor real de cualquier escuela, cuidémoslos, cuidémonos.
Lidia Ferrer, maestra de educación infantil.
Bibliografía
Batallé, I.: Atrévete a hacer las cosas a tu manera, Barcelona: Destino, 2021.


