Los 100 lenguajes de la infancia. Ricardo Alejandro Bautista Salas “Richi”

“El Melel” es la forma como las niñas, niños y adolescentes que trabajan vendiendo artesanías, juguetes o comida en la Plaza Catedral nos nombran y nombran el espacio donde el juego, la pintura, la lectura, la risa, el trabajo colaborativo, los sueños y miedos se comparten, el lugar donde reflexionamos sobre los temas que les preocupan como sus derechos, la identidad, el territorio, el trabajo digno, las violencias, la familia, la escuela o la alimentación.

 

 

 

 

 

 

 

 

Nuestro lugar de encuentro es en las astas que se ubican en el extremo derecho de la plaza cuya base se convierte en dos resbaladillas, donde el reto de cada niña y niño es subir sin usar las manos. Ellas y ellos se alejan unos pasos y corren con todas sus energías hasta llegar a la cima. Quienes logran la hazaña platican sobre cómo lo consiguieron, cuántas veces practicaron, cuántos pasos dieron e incluso quiénes les enseñaron la técnica correcta; esta narración va acompañada por una, dos, tres o más demostraciones, las que sean necesarias para que todo el grupo lo sepa. Quienes tienen menos de 5 años, logran realizar este reto colectivo apoyándose con sus manos. En algunos casos sus hermanas y hermanos mayores, que les cuidan y acompañan, son quienes les ayudan a subir y cumplir la misión de irse preparando para este reto en un territorio que por las tardes se convierte en un espacio pedagógico.

Durante los Círculos de Aprendizajes colocamos un paracaídas para delimitar nuestro espacio de trabajo, acostarnos y colocar la caja de cuentos ilustrados por muchas imágenes que niñas y niños interpretan desde su imaginación y la realidad del día a día. Kevin, Carlos, Ángel, Zulmi, Cheo y Sofi comparten que no saben leer o bien les cuesta. Sofi de 8 años tiene una hipótesis del porqué “no saben leer porque sus papás no les ayudan o porque tampoco fueron a la escuela” y Zulmi de 7 años complementa “sí se leer, pero solo con dibujos con letras no sé”. Mientas revisan los cuentos y comparten las imágenes, los diálogos empiezan a aparecer y se van creando las historias.

Cuando estamos tendidos sobre el paracaídas escogemos un libro para contar una historia que se relaciona con las imágenes, hablamos sobre el “Ik´al” que es la oscuridad en lengua tsotsil y tseltal, de los miedos, de aquello que sucede en la noche cuando vamos al baño y nuestra casa está lejos y nadie nos acompaña, o bien de “La Llorona” que espanta a las niñas cuando están despiertas o juegan y no se duermen temprano.

Lupita de 8 años habla sobre las groserías al ver una imagen de un niño con pocos dientes, “cuando nosotros decimos groserías nos salen bolas que pican en nuestra boca porque decimos muchas groserías, por eso no hay que decir groserías”. Nos cuenta que en el parque donde trabaja su familia muchas personas dicen groserías, porque se pelean, no quieren que otras niñas o niños jueguen en las jardineras, porque tienen envidia o porque no saben jugar. Una solución que proponen es que siempre recordemos nuestros acuerdos de no decir groserías y cuidar a las niñas y niños pequeños.

Mientras seguimos escuchando las historias y las anécdotas, la noche se hace presente y la luz natural empieza a desvanecerse, nos levantamos para acomodar los libros en la caja de cuentos, acomodar el paracaídas y jugar “hielito-carrillito”, un juego sin fin o bueno, hasta que nos cansemos.

Cuando llega la hora de partir, nos colocamos en círculo en el suelo y realizamos el ejercicio del agradecimiento a la madre tierra por los alimentos “Kolabal jmetik balumil li ta lobajel ja” (Gracias madre tierra por la fruta que es). El momento de la fruta marca la conexión entre nuestros alimentos, nuestras creencias y a quienes agradecemos por el día; desde el campesino que cultiva la fruta, la lluvia que hace que crezca la comida, la familia que nos cuida, a nosotros porque venimos a jugar.

Después de recoger los materiales acompañamos a las niñas y niños más pequeños a sus puestos para platicar con sus mamás sobre la salud, la escuela, los trabajos que hicieron sus hijas-hijos, a quiénes ayudaron, cómo se comportaron y si han cuidado a sus hermanitas o hermanitos más pequeños y nos despedimos agradeciendo la participación de sus hijas-hijos durante la tarde-noche.

Melel Xojobal, en lengua tsotsil significa “luz verdadera” que para nosotras y nosotros es mirar el mundo a través de los ojos de las niñas, niños y adolescentes, desde sus sonrisas, alegrías, sueños, fortalezas, capacidades, entusiasmo y aprendizajes que nos regalan en cada momento que podemos compartir y acompañar.

Nuestro deseo es que las niñeces trabajadoras sean vistas como agentes activos y de cambio social desde sus territorios. Para ello generamos con ellas y ellos estos espacios de encuentro, reflexión y procesos participativos donde descubrimos la fuerza de la unión como grupo, promovemos sus experiencias y vocería sobre todo aquello que se vive desde el ser niña,niño y adolescente trabajador.

Ricardo Alejandro Bautista Salas “Richi”. Educador de calle

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